Allí hay personas pálidas

Rainer Maria Rilke

Allí hay personas pálidas, florecidas en blanco,
que al morir miran fijas hacia el pesado mundo.
Y nadie ve la mueca de ladrido,
en la cual se deforma la sonrisa
de una raza suave en las noches sin nombre.
 
Dan vueltas, degradados de cansancio,
para servir sin ánimo a cosas sin sentido,
y su ropa se les marchita encima,
y sus hermosas manos se aviejan, prematuras.
 
La gente empuja y no piensa en salvarlos,
aunque son algo débiles y tímidos;
solo perros huraños, sin morada,
les acompañan en silencio un rato.
 
Entregados están a cien tormentos,
y ensordecidos por el clamor de cada hora,
solitarios, dan vueltas junto a los hospitales
y aguardan con angustia el día de su ingreso.
 
Allí la muerte está. No esa, cuyo saludo
les rozó, milagroso, en la niñez:
es la muerte pequeña, tal como se la entiende;
su propia muerte cuelga, verde aún, sin dulzura
en ellos como un fruto que no ha de madurar.
 
 
Rainer Maria Rilke, “De «El libro de horas»”, en Versos de un joven poeta, trad. José María Valverde y Alberto Assa (Barcelona: Penguin Random House Grupo Editorial, 2018), 62-63.