Arte poética

Roque Dalton

                             A Raúl Castellanos
 
La angustia existe.
 
El hombre usa sus antiguos desastres como un espejo.
 
Una hora apenas después del crepúsculo
ese hombre recoge los hirientes residuos de su día
acongojadamente los pone cerca del corazón
y se hunde con un sudor de tísico aún no resignado
en sus profundas habitaciones solitarias.
 
Ahí tal hombre fuma gravemente
inventaría las desastrosas telarañas del techo
abomina de la frescura de la flor
se exilia de su misma piel asfixiante
mira sus torvos pies
cree que la cama es un sepulcro diario
no tiene un cobre en el bolsillo
tiene hambre
solloza.
 
Pero los hombres los demás hombres
abren su pecho alegremente al sol
o a los asesinatos callejeros
elevan el rostro del pan desde los hornos
como una generosa bandera contra el hambre
se ríen hasta que duele el aire con los niños
llenan de pasos mínimos el vientre de las bienaventuradas
parten las piedras como frutas obstinadas en su solemnidad
cantan desnudos en el cordial vaso del agua
bromean con el mar lo toman jovialmente de los cuernos
construyen en los páramos melodiosos hogares de la luz
se embriagan como Dios anchamente
establecen sus puños contra la desesperanza
sus fuegos vengadores contra el crimen
su amor de interminables raíces
contra la atroz guadaña del odio.
 
La angustia existe, sí.
 
Como la desesperanza
el crimen o el odio.
 
¿Para quién deberá ser la voz del poeta?
 
 
Roque Dalton, “El turno del ofendido”, en No pronuncies mi nombre. Poesía completa I, ed. Rafael Lara Martínez (San Salvador: Dirección de Publicaciones e Impresos (DPI), 2005), 405-6.