Sus mejillas eran frescas y tiernas,
y tal vez eran besadas por primera vez.
Vistos de espaldas, cuando las volvían
para regresar al tierno grupo, parecían más adultos,
con los abrigos sobre los pantalones ligeros. Su pobreza
olvida el frío del invierno. Las piernas un poco arqueadas
y los cuellos gastados, como los hermanos mayores,
ya ciudadanos desacreditados. Ellos no tendrán precio aún
por algunos años: y nada puede humillar a quien
no puede juzgarse a sí mismo. Mientras lo hagan
con tanta, increíble espontaneidad, se ofrecerán a la vida;
y la vida a su vez les reclamará. ¡Están tan preparados!
Devuelven los besos, saboreando la novedad.
Después se van, tan imperturbables como han venido.
Pero dado que están aún llenos de confianza en la vida que los ama
hacen promesas sinceras, proyectan un futuro prometedor
de abrazos y de besos. ¿Quién podría hacer la revolución
- si es que hubiera que hacerla - más que ellos? Decídselo: están listos,
todos del mismo modo, así como abrazan y besan
y con el mismo olor en las mejillas.
Pero no será su confianza en el mundo la que triunfe.
El mundo tendrá que dejarla de lado.
(Diciembre, 1969)
Pier Paolo Pasolini
En Pier Paolo Pasolini, La religión de mi tiempo (Salamanca: Nódica libros, 2015), 253.