Cantos de abandono

Efraín Huerta

                      I
 
Si pudiera mi voz caer sin prisa
ni violencia fingida, ni temor
sobre las nubes llenas de la ira
que provoca el silencio; si pudiera,
levantaría la voz del abandono
hacia selvas y mares, hacia luces,
encima de gemidos y caricias,
hasta la obscura rabia presentida
cerca del sol sereno.
 
Sola mi voz, caída quedamente
en el pantano donde cabe ausente
mi recuerdo sin rosas ni claveles.
Mi voz en la saliva del olvido,
como pez en un agua de naufragio.
 
—Pero yo amo el abandono por violeta y callado.
Amo tu entrada al invierno sin mi cuerpo,
adoro tu fealdad de dalia negra dolorida,
adoro con ceguera tu pasión por la lluvia
y el encanto de tus narices frías,
amada razonable y sencilla.—
 
Ya mi voz no suplica ni lastima
como la vieja música del mar
a los marinos tímidos y al cielo.
Si pudiera la haría tan suave
como fino suspiro de muchacha,
como brillo de dientes o poema.
 
Oh, voz del abandono sin sollozos:
oh mi voz como luz desordenada,
como gladiola fúnebre.
 
Ella hace el canto primero del abandono
en lo alto de risibles templos,
en las manos vacías de millones de hombres,
en los cuartos donde el deseo es lodo
y el desprecio un pan de cada noche.
 
Ella es mi propio secreto,
lo invisible de mí mismo: mi conducta
en la carne de los jardines, en el alma de las playas
cuando hacia ellas voy con las manos cantando.
 
Mi voz es el resumen de todos los insomnios,
mi adolescencia mediocre y sencilla
como una ceniza palpitante.
 
No lloraría por mi ternura finalmente enterrada
ni por un sueño herido sentiría fina tristeza,
pero sí por mi voz oculta para siempre,
mi voz como una perla abandonada.
 
                      IV
 
Estoy muriendo solo de veloces venenos
mezclados con un llanto perfecto de agonía.
Estoy con las heridas claras del abandono
y el repetido canto burlón de la ceniza.
Estoy bañado en tristes, crueles desesperanzas,
cual brillo desmayado de virtud en derrota.
 
Estoy con una mano señalando la aurora
y el corazón cansado de su tímida sangre.
Estoy como gritando por el frío y la pena,
siendo nomás un leve pétalo de violeta.
 
Estoy nadando en brumas, crucificado en la
deshecha adolescencia que viví sin saberlo.
Estoy en lo que dicen las ventanas abiertas:
palabras, desconsuelo, doméstica lujuria.
 
Estoy cargado de odio y bien encarcelado
por aniquilamientos, abandonos y noches.
Estoy, secos los labios, interrogando a nadie
por mi destino idéntico a bandera raída.
 
Estoy sólidamente pegado a la tristeza
y en trance melancólico de no poder llorar
por tu ausencia de estrella, maravillosa mía,
por tu voz infinita como sudor que brota
cuando somos campana en desorden y besos,
por tu fina traición a las lluviosas tardes
en que comíamos uvas y redondos granizos.
 
Estoy muriendo solo de veloces venenos
mezclados con un llanto perfecto de agonía.
Estoy chorreando lenta, penosísima angustia,
como ahogado que mide el espesor del mar.
 
Estoy en el confuso día sin equilibrio,
y caen las mariposas como perfume seco.
Estoy con ese húmedo destello de la muerte
con fuerza que es latido de párpados calientes.
 
Estoy sin juventud, dolido, inexplicable
como fiebre en el mármol o rosa desteñida,
con las manos abiertas a la dicha del mundo
y una quietud mortal en el alma quemada.
 
                          (Poemas no coleccionados)
 
 
Efraín Huerta, “Efraín Huerta (1914)”, en Antología de la poesía mexicana moderna, ed. Manuel Maples Arce (México D.F.: Poligráfica Tiberina, 1940), 404-8.