se eleva entre la pendiente de un matorral,
he intentado dibujar una máquina circular
que esté estática en la conmoción
de un no sé qué,
(de qué sé yo)
abajo en sí,
renace entre la vida que
está volviendo desde las flores y el altivo
que tiene los pisos que deambulan,
y una naturaleza podrida
me borra las plásticas vueltas,
y la alarma quiere coger las lástimas
sentadas ellas entre los cables y yo,
mirando la máquina que da vueltas
en la realidad estática del calor,
y la voz de plata,
y el sol que no volverá
a quererte en la consciencia que
espera.
Me acuerdo de Berta y sus huesos,
aquellos que criticaron la próxima vedetta,
y pienso que en Valencia la gente pasa
en medio de mis flores,
y nadie entiende nada,
ni le importa.
Estoy en el bulevar de la imaginación
prediciendo ser tan normal…
Yo, el que sitúa, muere, sufre, ama y llora,
espero en el espacio donde así duermes,
ahí donde las palabras salen como el camino
que no quiere retirarse
mientras los bichos esperanza
esperan en el cauce del próximo cigarro,
ahí está mi vida,
estoy en la contradicción del deseo del cuerpo,
donde,
nuevamente,
la revelación del amor
juega el papel maldito de la esperanza
en la puerta de las flores,
imagino cómo la rueda del tropel
destruye la rutina vacía del café,
y mi corazón de periferia,
sueña con tu nariz de violín,
tus bellos gritos,
tu fuertes trazos de sonrisas,
ahí estoy entendiendo cómo las luces
de este carrusel actúan como la catarsis
de noches enteras de ojos y palabras,
que toman buses donde nadie se besa.
Valencia, junio 2019