Paso de las horas

Fernando Pessoa

Sentir todo de todas las maneras,
tener todas las opiniones,
ser sincero contradiciéndose a cada minuto,
aborrecerse a sí mismo por la plena libertad de espíritu,
y amar a las cosas como Dios.
 
Yo, que soy más hermano de un árbol que de un obrero,
yo, que siento más el supuesto dolor del mar al azotar la playa
que el dolor real de los niños cuando son azotados
(ah, qué falso debe ser esto, pobres niños azotados;
pero, por qué mis sensaciones se vuelven tan aprisa del revés?).
Yo, en fin, que soy un diálogo continuo,
un hablar alto incomprensible, alta noche en la torre,
cuando las campanas oscilan vagamente sin mano que las toque
y nos apena saber que aún queda vida por vivir mañana.
Yo, en fin, literalmente yo,
y yo metafóricamente también,
yo, el poeta sensacionalista, enviado del Azar
a las leyes irreprensibles de la Vida,
yo, fumador de cigarrillos por profesión adecuada,
el individuo que fuma opio, que toma absintio, pero que, en fin,
prefiere pensar en fumar opio a fumarlo
y le gusta más mirar el absintio por beber que beberlo...
Yo, este degenerado superior sin archivos en el alma,
sin personalidad con valor declarado,
yo, el investigador solemne de las cosas fútiles,
que sería capaz de irme a vivir a Siberia sólo por aversión a hacerlo,
y que creo que no importa que no importe la patria
porque no tengo la raíz que tienen los árboles, y por tanto no tengo raíz...
Yo, que tantas veces me siento real como una metáfora,
como una frase escrita por un enfermo en el libro de la muchacha que encontró en la terraza,
o como una partida de ajedrez en la cubierta de un trasatlántico,
yo, el ama que empuja los perambulators en todos los parques,
yo, el guardia que la mira parado allá atrás, en la alameda,
yo, el niño que desde el coche hace señas a su inconsciencia lúcida con el sonajero,
yo, el paisaje que hay detrás de todo esto, la paz ciudadana
filtrada a través de los árboles del parque,
yo, el que los espera a todos en casa,
yo, el que ellos se encuentran en la calle,
yo, lo que ellos no saben de sí mismos,
yo, aquella cosa en la que estás pensando y te hace esbozar esa sonrisa,
yo, el contradictorio, el ficticio, el pesado, la espuma,
el cartel recién pegado, las caderas de la francesa, la mirada del cura,
el lugar donde se encuentran las dos calles y los chauffeurs duermen apoyados en sus coches,
la cicatriz del sargento mal encarado,
la grasa en el cuello de maestro enfermo que vuelve a casa,
la taza en la que aquel niño que murió bebía siempre
y tiene el asa desconchada (todo esto cabe en el corazón de una madre y lo llena)...
Yo, el dictado de francés de la chiquilla que se hurga las ligas,
yo, los pies que se tocan por debajo de bridge bajo la lámpara de araña,
yo, la carta escondida, el calor del pañuelo, el mirador con la ventana entreabierta,
la puerta de servicio donde la criada habla con los deseos de su primo,
el cabrón de José que prometió venir y no ha venido,
cuando íbamos a gastarle una broma...
Yo, todo esto, y además de esto el resto del mundo...
Tantas cosas, las puertas que se abren y la razón por la que se abren,
y las cosas que ya hicieron las manos que abren las puertas...
Yo, la infelicidad-nata de todas las expresiones,
la imposibilidad de expresar todos los sentimientos,
sin que haya una lápida en el cementerio para el hermano de todo esto,
y que lo que parece que no quiere decir nada siempre quiere decir algo...
Sí, yo, el ingeniero naval supersticioso como una madrina de pueblo,
que uso monóculo para no parecer igual a la idea real que hago de mí,
que a veces tardo tres horas en vestirse y ni aun así me parece natural,
sino que me parece metafísico y si llaman a la puerta me enfado,
no tanto porque me interrumpan con la corbata sino porque me entero de que hay vida...
 
Sí, en fin, yo el destinatario de las cartas lacradas,
el baúl de las iniciales desgastadas,
la entonación de las voces que ya no oiremos más;
Dios guarda todo esto en el Misterio, y a veces lo sentimos,
y la vida pesa de pronto y hace mucho frío más cerca que en el cuerpo.
Brigida, la prima de mi tía,
el general del que ellas hablan - general cuando eran pequeñas,
y la vida era guerra civil en todas las esquinas...
Vive le mélodrame ou Margot a pleuré!
Caen irregularmente las hojas en el suelo,
pero el hecho es que siempre es otoño en otoño
fatalmente viene después el invierno
y sólo hay un camino hacia la vida, que es la vida...
 
Ese viejo insignificante, pero que llegó a conocer a los románticos,
 
ese opúsculo político del tiempo de las revoluciones constitucionales,
y el dolor que nos deja todo eso sin que sepamos la razón
ni haya para llorarlo todo más razón que sentirlo.
 
Todos los amantes se besaron en mi alma,
todos los vagabundos durmieron un momento sobre mí,
todos los despreciados se reclinan un momento en mi hombro,
cruzaron la calle de mi brazo todos los viejos y enfermos
y hubo un secreto que me contaron todos los asesinos.
 
(Aquélla cuya sonrisa sugiere la paz que yo no tengo,
en cuyo bajar de ojos hay un paisaje de Holanda
con las cabezas femeninas coiffées de lin
y todo el esfuerzo cotidiano de un pueblo pacífico y limpio...
Aquella que es el anillo dejado encima de la cómoda,
y la cinta pillada al cerrar el cajón;
cinta color rosa, que no me gusta por el color sino por estar pillada,
como no me gusta la vida, pero me gusta sentirla...
 
Dormir como un perro apaleado en el camino, al sol,
definitivamente, para todo el resto del Universo,
y que los coches me pasen por encima.)
 
Me fui a la cama con todos los sentimientos,
fui souteneur de todas las emociones,
me pagaron copas todos los azares de las sensaciones,
intercambié miradas con todos los motivos para actuar
enlacé mis manos con todos los impulsos de partir.
¡Fiebre intensa de las horas!
¡Angustia de la forja de emociones!
Rabia, espuma, la inmensidad que no cabe en mi pañuelo,
la perra aullando en la noche,
el estanque de la quinta rondando mi insomnio,
el bosque como era, cuando por el paseábamos, la rosa,
la trenza indiferente, el musgo, los pinos,
toda la rabia de no abarcar todo eso, de no retener todo eso,
¡Oh hambre abstracta de las cosas, celo impotente de los momentos,
orgía intelectual de sentir la vida!
 
Obtenerlo todo por suficiencia divina:
las vísperas, los consentimientos, los avisos,
las cosas bellas de la vida:
el talento, la virtud, la impunidad,
la tendencia a acompañar a los demás a casa,
la condición de pasajero,
la ventaja de embarcar a tiempo para tener sitio,
pero siempre falta algo, un vaso, una brisa, una frase,
y la vida duele cuanto más se goza y cuanto más se inventa.
 
Poder reír, reír, reír abiertamente,
reír como un vaso al derramarse,
absolutamente enloquecido sólo por sentir,
absolutamente roto por rozar en las cosas,
herido en la boca por morder cosas,
con las uñas sangrando por agarrarme a cosas,
y después dadme la celda que queráis que yo me acordaré de la vida.
 


 
 
Passagem das Horas
 
Sentir tudo de todas as maneiras,
Ter todas as opiniões,
Ser sincero contradizendo-se a cada minuto,
Desagradar a si próprio pela plena liberalidade de espírito,
E amar as coisas como Deus.
 
Eu, que sou mais irmão de uma árvore que de um operário,
Eu, que sinto mais a dor suposta do mar ao bater na praia
Que a dor real das crianças em quem batem
(Ah, como isto deve ser falso, pobres crianças em quem batem -
E por que é que as minhas sensações se revezam tão depressa?)
Eu, enfim, que sou um diálogo contínuo,
Um falar-alto incompreensível, alta-noite na torre,
Quando os sinos oscilam vagamente sem que mão lhes toque
E faz pena saber que há vida que viver amanhã.
Eu, enfim, literalmente eu,
E eu metaforicamente também,
Eu, o poeta sensacionista, enviado do Acaso
Às leis irrepreensíveis da Vida,
Eu, o fumador de cigarros por profissão adequada,
O indivíduo que fuma ópio, que toma absinto, mas que, enfim,
Prefere pensar em fumar ópio a fumá-lo
E acha mais seu olhar para o absinto a beber que bebê-lo...
Eu, este degenerado superior sem arquivos na alma,
Sem personalidade com valor declarado,
Eu, o investigador solene das coisas fúteis,
Que era capaz de ir viver na Sibéria só por embirrar com isso,
E que acho que não faz mal não ligar importância à pátria
Porque não tenho raiz, como uma árvore, e portanto não tenho raiz...
Eu, que tantas vezes me sinto tão real como uma metáfora,
Como uma frase escrita por um doente no livro da rapariga que encontrou no terraço,
Ou uma partida de xadrez no convés dum transatlântico,
Eu, a ama que empurra os perambulators em todos os jardins públicos,
Eu, o policia que a olha, parado para trás na álea,
Eu, a criança no carro, que acena à sua inconsciência lúcida com um coral com guizos.
Eu, a paisagem por detrás disto tudo, a paz citadina
Coada através das árvores do jardim público,
Eu, o que os espera a todos em casa,
Eu, o que eles encontram na rua,
Eu, o que eles não sabem de si próprios,
Eu, aquela coisa em que estás pensando e te marca esse sorriso,
 
Eu, o contraditório, o fictício, o aranzel, a espuma,
O cartaz posto agora, as ancas da francesa, o olhar do padre,
O lugar onde se encontram as duas ruas e os chauffeurs dormem contra os carros,
A cicatriz do sargento mal encarado,
O sebo na gola do explicador doente que volta para casa,
A chávena que era por onde o pequenito que morreu bebia sempre,
E tem uma falha na asa (e tudo isto cabe num coração de mãe e enche-o)...
Eu, o ditado de francês da pequenita que mexe nas ligas,
E, os pés que se tocam por baixo do bridge sob o lustre,
Eu, a carta escondida, o calor do lenço, a sacada com a janela entreaberta,
O portão de serviço onde a criada fala com os desejos do primo,
O sacana do José que prometeu vir e não veio
E a gente tinha uma partida para lhe fazer...
Eu, tudo isto, e além disto o resto do mundo...
Tanta coisa, as portas que se abrem, e a razão por que elas se abrem,
E as coisas que já fizeram as mãos que abrem as portas...
Eu, a infelicidade-nata de todas as expressões,
A impossibilidade de exprimir todos os sentimentos,
Sem que haja uma lápida no cemitério para o irmão de tudo isto,
E o que parece não querer dizer nada sempre quer dizer qualquer coisa...
Sim, eu, o engenheiro naval que sou supersticioso como uma camponesa madrinha,
E uso monóculo para não parecer igual à ideia real que faço de mim,
Que levo às vezes três horas a vestir-me e nem por isso acho isso natural,
Mas acho-o metafísico e se me batem à porta zango-me,
Não tanto por me interromperem a gravata como por ficar sabendo que há a vida...
 
Sim, enfim, e o destinatário das cartas lacradas,
O baú das iniciais gastas,
 
A entonação das vozes que nunca ouviremos mais –
Deus guarda isso tudo no Mistério, e às vezes sentimo-lo
E a vida pesa de repente e faz muito frio mais perto que o corpo.
A Brigida prima da minha tia,
O general em que elas falam- general quando elas eram pequenas,
E a vida era guerra civil a todas as esquinas...
Vive le mélodrame où Margot a pleure!
Caem as folhas secas no chão irregularmente,
Mas o facto é que sempre e outono no outono,
E o inverno vem depois fatalmente,
E há só um caminho para a vida, que é a vida...
 
Esse velho insignificante, mas que ainda conheceu os românticos,
Esse opúsculo politico do tempo das revoluções constitucionais,
E a dor que tudo isso deixa, sem que se saiba a razão
Nem haja para chorar tudo mais razão que senti-lo.
 
Todos os amantes beijaram-se na minh’alma,
Todos os vadios dormiram um momento em cima de mim,
Todos os desprezados encostaram-se um momento ao meu ombro,
Atravessaram a rua, ao meu braço todos os velhos e os doentes,
E houve um segredo que me disseram todos os assassinos.
 
(Aquela cujo sorriso sugere a paz que eu não tenho,
Em cujo baixar-de-olhos há uma paisagem da Holanda,
Com as cabeças femininas coiffées de lin
E todo o esforço quotidiano de um povo pacifico e limpo...
Aquela que é o anel deixado em cima da cómoda,
E a fita entalada com o fechar da gaveta,
Fita cor-de-rosa, não gosto da cor mas da fita entalada,
Assim como não gosto da vida, mas gosto de sentil-a...
 
Dormir como um cão corrido no caminho, ao sol,
Definitivamente para todo o resto do Universo,
E que os carros me passem por cima.)
 
Fui para a cama com todos os sentimentos,
Fui souteneur de todas as emoções,
Pagaram-me bebidas todos os acasos das sensações
Troquei olhares com todos os motivos de agir,
Estive mão em mão com todos os impulsos para partir,
Febre imensa das horas!
Angústia da forja das emoções!
Raiva, espuma, a imensidão que não cabe no meu lenço,
A cadela a uivar de noite,
O tanque da quinta a passear á roda da minha insónia,
O bosque como foi a tarde, quando la passeamos, a rosa,
A madeixa indiferente, o musgo, os pinheiros,
Toda a raiva de não conter isto tudo, de não deter isto tudo,
Ó fome abstracta das cousas, cio impotente dos momentos,
Orgia intelectual de sentir a vida!
 
Obter tudo por suficiência divina -
As vésperas, os consentimentos, os avisos,
As coisas belas da vida -
O talento, a virtude, a impunidade,
A tendência para acompanhar os outros a casa,
A situação de passageiro,
A conveniência em embarcar já para ter lugar,
E falta sempre uma coisa, um copo, uma brisa, uma frase,
E a vida dói quanto mais se goza e quanto mais se inventa.
 
Poder rir, rir, rir despejadamente,
Rir como um copo entornado,
Absolutamente doido só por sentir,
Absolutamente roto por me roçar contra as coisas,
Ferido na boca por morder coisas,
Com as unhas em sangue por me agarrar a coisas,
E depois dêem-me a cela que quiserem que eu me lembrava da vida.
 
 
Fernando Pessoa, “Álvaro de Campos” en Un corazón de nadie. Antología poética (1913-1935) (Barcelona: Galaxia Gutenberg, 2017), 414-23.