Cavilaciones en torno a la teoría y praxis de la categoría nominal obrero y su posible campo semántico

Ave Asán

El sueño del obrero
difícilmente sea meditar en lo representativo de sí mismo
o seguir figurando en los panfletos amables
                                                       de las reuniones de izquierda o derecha.
No sé si de verdad querrá estructurarse
                              y luchar,
                              y tirar bombas
                              y morteros
                              armar la revolución
                              dibujar las paredes
                              sacar su “barrio interno”,
como tanto añoran los que están sentados tras sus libros
o los que en chinelas y shorts deshilachados hechos por obreras,
gritan frente a las paredes “maldito capitalismo sometedor de género”.
No sé si el obrero constantemente sepa de dónde viene ese epíteto, 
pues, 
               al llamarle “el obrero”, 
se borran las otras categorías que también y mejor lo significan.
Cada domingo en la iglesia
                      o en la cantina
                      o frente a la fuente del parque
               –que está en medio de la cantina y la iglesia–
Quizá piense en sus hijos,
en la familia fragmentada por la distancia.
A lo mejor se esté acordando de Chepe Chú,
su niño el más chiquito,
y se lo imagina tras el pupitre,
colgando los piecitos aún tersos.
No sé si realmente piense en organizarse,
con sus compañeros de trabajo, 
                                                 por supuesto,
                                                 con los de su clase
                                                               (que de igual forma piensan en sus hijos
                                                                y los piecitos de estos),
y hacer el mejor y más perfecto sindicato
y asistir cada 1 de Mayo con colores de más de un siglo
y unirse a los compas que le dijeron que unos cuantos carteles sirven de consuelo,
que ayudan a entender el sentido social
y comprender la historia de los oprimidos y
de los alienados,
pero que al día siguiente, 
estos, los compas en chinelas y pañuelos, 
que asisten religiosamente los findes con sus bolsas artesanales de pis an lov
a las ferias,
por lástima de los que cultivan 
por hacer un favor a estos “desdichados”, 
apoyar lo nacional, ¡Qué increíble idea!
y por esa necesidad tan extraña
de empatía hasta los codos
que será recordada como un selfie colgando en las redes
y alguna frase motivacional que inspire a todos, 
pero que doblarán en la esquina de antes,
después de ir al Gym por la mañana,
para evitar, por cortesía obligada, verle los ojos llenos de barro
al que cuida los carros y a la que lava la loza;
No sé si el obrero
(este con especificidad)
sepa que el don del carro o la doña empresaria
lo evoquen frente al altar de ideales,
en las campañas electorales
en conversaciones en el Club,
en los bares de Escalante y Las Colinas,
en los libros de Historia,
en las publicaciones de facebook.
Yo creo más bien
que sueña que su Chepito sea
así
como es el don del carro
y que se quede con la doña empresaria,
que aspire a ser como los que él denomina “aquellos”,
que cómodos, ya sea en las calles o comprando bolsas orgánicas
en tiendas orgánicas
con dinero orgánico,
hablen por los otros “aquellos”, 
los aparentemente opuestos,
sin siquiera
hacer el mínimo esfuerzo de articular el sabor del nombre del obrero
o acordarse del nombre de Chepito y sus piecitos de uva
¿Cómo es que se llama el obrero? 
Eso a quién le importa,
mientras siga siendo la excusa para hablar de libertad.