Chabela

Joaquín Gutiérrez

Fueron tus cinco dedos de alga suave
la mano que desee tanto a mi ausencia.
Tu voz de abeja la añoró mi oído
en tierra extraña.
 
Si antes pensaba regresar un día
otra vez a la patria, era tan sólo
por irte a ver, por conversar contigo,
tocar tu puerta.
 
De día, de noche, por el aire limpio
tu voz me llega aún, siento tus pasos,
riego con fuego las espigas rojas
que en mi sembraste.
 
Y ahora cierro los ojos y te miro
mi pequeño ramito de retama,
dulce Chabela, flor de pura arcilla,
que en paz descanses.
 
Tú que fuiste la hermana de tu pueblo,
la que adelgaza la palabra agreste,
la que desarma la actitud agriada
y a todo ríe.
 
¿Dónde los tristes reclinar pudieran
ahora sus cabezas si les falta
tu regazo moreno de torcaza,
cojín tan blando?
 
Todos los niños cuando dicen agua,
cuando dicen geranio, vellón suave,
tricopilia o patita de conejo,
Chabela dicen.
 
Fuiste la Ofelia de los hombres rudos,
la magnolia crecida en dinamita.
También en la maestranza, en los motores,
se oye tu nombre.
 
No tenías ningún pan y diste tantos,
panecillo tú misma, pan de greda.
Te pagamos dejándote, sabiéndote
llena de pánico.
 
No tienes nada ahora, ¡nada tienes!
en cambio nosotros todos te tenemos.
Somos avaros de lo que dejaste.
Tú sigues dando.
 
Seré como querías, como me hiciste,
más firme, más rebelde. Sé que al serlo
te tendré más cercana. Y he de hacerlo
por agradarte.
 
Tajaron tu raíz de fina pulpa,
te arrancaron de cuajo y te zahirieron,
y te aventaron como yerba mala,
a ti, flor pura.
 
Fuiste por los caminos extranjeros
ya nublados los ojos, torturada,
tropezabas, caías, el labio pálido,
la voz tan trémula.
 
Y ahora, ¡qué vinagre y crueldad ácida!
¡qué horrible golpe!, ¡qué perfil de sangre!
Tú que quisiste regresar un día
no te dejaron.
 
Se elevaba tu grito: ¡No he hecho nada!
quiero volver, quiero voler, dejadme.
Eras sólo una sombra de canela
hecha pedazos.
 
— Quiero volver — decías, y te callaban— 
a mi pueblo, a mi casa de claveles —,
Y te arrojaban lejos, implacables,
triste Chabela.
 
Tan grande tu deseo que lo lograste.
Tuviste que morir para lograrlo.
Ya ciega para siempre tu mirada
no eras temible.
 
Dijeron: —¿Qué nos pueda hacer ahora?,
qué puede hacernos si —cristal quebrado—
su voz no puede ya ni amenazarnos?
¡Ahora que venga!
 
Y fuiste y te llevaron los obreros
hasta la tierra en brazos, en tu caja.
Te sabían muerta y todos te besaban
niña dormida.
 
Dulce Chabela, casi transparente,
párpado humilde, pequeñita antorcha,
dónde te fuiste, dínoslo, Chabela,
para seguirte.
 
¿Qué te hace falta? Di, ¿de qué te acuerdas?
¿Cala la lluvia los terrones grises?
¿Has perdonado ya lo que te hicieron?
¿Estás llorando?
 
Estas palabras son de enamorado,
nunca he probado un licor más dulce.
Tanto bebimos de él, tanto bebimos
que lo acabamos.
 
Que en paz descanses, linda camarada,
y que jamás nos dejes. Sé que un día
cuando se llene el aire de bandera
de roja púrpura
 
podrás, tal vez, volver a estar contenta,
y una noche que estemos todos juntos:
Manuel y Carlos Luis, Luisa y Calufa,
Guzmán y Arnoldo,
 
también los que murieron: Federico,
Vaglio, Montiel, la compañera Rosa,
vuelve, regresa, y con tu voz tan suave
cuéntanos cuentos.
 
¡En las calles la fiesta de los pueblos!
¡La Victoria final! Pero ninguno
querrá ir y perder una palabra
de Tío Conejo.
 
Y si algún hijo de tus enemigos
se va acercando al mágico conjuro
de tus maravillosas aventuras,
¡déjalo que oiga!
 
Santiago de Chile, Junio 1949.
 
En: Joaquín Gutierrez, "Chabela" en Repertorio Americano (San José: García Monge y Cía., Julio 1949), pág. 6.