Para Eunice Odio
El día en que decidí morir,
visité a las gardenias de Chapultepec,
para esperar la culpa ausente
de los malditos estalinos del esmog,
que flotan en el aire
como una gigantesca tristeza,
que tuesta la superficie
de los guardianes de las flores,
mis amigos los árboles
de la verdad.
El día en que decidí morir,
visité a los ojos de Yolanda,
la protectora de mis versos,
el día en que decidió morir,
por última vez,
para escuchar el olor de su cuerpo
que se une a la legión mágica
de los defensores de las letras.
El día en que decidí morir,
inmolé los odios charlatanes
de todas las falsas brujas,
decidí enviar todas las imágenes
de mis enemigos
al vacío del espacio,
y las tardes heladas de las lunas de enero,
y los pasillos escondidos de los odios
de un tal San José,
que vuela en la órbita
de mis pensamientos,
los gritos defensores de la magia
de mis amigos
los grillos galácticos,
se escuchan con pasión,
y los colores del olor café,
del espectro
de todos los enamorados glifos,
y de todas mis esperas y derrotas
en falsos amados,
y aquella cafetería de la pasión,
a la vuelta de la esquina
de un noble y santo corazón,
que solo dejó
un pequeño odio
debajo de una gran mano
que sufre en la soledad.
El día que decidí morir,
maldije a cada uno
de mis espíritus aulladores,
que ahuyenta las moscas
de toda las traiciones,
con un lapicero triste y ausente,
o desde un simple sonido
en el espacio sideral,
que sube hasta el conato
de un asalto de valor,
o un simple pedazo de morada,
gastando todos mis gritos,
para descansar en mi corazón,
de piedra en flor,
para verlo,
por última vez,
y calzarme mis arterias y mi voz,
y mi cuerpo descansó en una última voz,
durmiendo diez días, y diez noches,
en una helada bañera de recuerdos,
sola para reír en la cara de los aduladores,
los falsos magos,
y morir,
por última vez,
y ver mi corazón ligeramente
arqueado sobre toda la mentira
de mi alma afligida
en su gigante
entrada en la magia
de las palabras dormidas,
por el fuego que surge,
cuando los pinceles del alma,
aplauden las embrujadas palabras
que logré conjurar al final,
durante mi viaje hacia la nada,
durante diez días, y diez noches,
entre las llamas del olvido.