I
Por dentro de tus ojos miro el mundo
y conducida, de tu mano, escucho
tu sonrisa fluvial, tu cuerda amarga.
Por dentro de tus ojos miro el mundo
trepando por tus venas y tus lágrimas,
Se ve muy terso el aire y muy desnudo
con ceño de arpa y longitud de arcángel.
El mar asciende por tus propias cauces,
y el oro por tus venas, como sangre,
arde y estalla como el día en los frutos.
Claro aprendiz del mar, sedoso y largo,
por dentro de tus ojos miro el mundo
y me ciño de sal y de sollozos.
Ah, Hermano, Ah Centinela en marcha,
en cuyo arpón retumba la noche y se defiende
anegada de peces y de árboles,
Veo tu rostro tallado entre los pájaros,
tu pulso en que se oyen los astros y la tarde
y tu frente en que prende sus lámparas el agua.
II
Todo es hermoso y puro entre tus ojos,
y ágil,
Él amansa y cuelga sus peceras,
y si nácar colérico,
y sus ramas violentas,
Anuda y tiende mástiles y alondras,
y yo transcurro por tu nombre espeso.
Y mientras yo transcurro por tu nombre,
y me llaman a doble espacio azul los caracoles,
a doble voz las algas, desde el distinto sueño,
desde la siembra que en tu mano estalla,
Alguien
que nada tiene,
te ha negado
la forma de tu pecho,
las direcciones de agua en que te esperan,
y los tajos de espuma en que navegas
a toda vela el alma, a toda marcha.
Ha querido ponerse tu silueta,
y no le queda,
Tu cintura, de sombra estremecida
y no le queda,
Ha querido juzgarte como a siervo,
y no puede con tu alma de extensiones,
y grietas,
y cordillera echada a ras de cielo.
Y nada, puede con tu puerto henchido,
gobernador del aire,
distribuidor fajado en la resaca,
Nada puede contigo...
Préstale el puerto tierno
para deslumbre de sus tocadores,
Préstale un lecho de inocente espuma,
Regálale tu luna de solapa,
O tu mano de hombre que respaldas
en profesión de Hombre
lanzando el manifiesto de la sangre,
por detrás de las armas encendidas
junto al puerto que tu honor acoge.
III
Quién me iba a decir a mí
Oh poseedor del viento que enarbolas,
Que los desposeídos,
los que no tienen nada que ganarse,
ni perderse,
Los que ni tiempo tienen de ser hombres,
los que no permanecen ni reclaman,
Ni tienen hijos de su sangre ausente
y son como simiente inexplorada,
Pretenderían manchar tus manos puras,
tus dos manos, en fuego apaciguadas
y cercadas de viento y espesura.
Pero no todo se ha perdido
y llego,
Al claro de tu voz y tu estatura,
Llego de siempre,
desde mí a tu pecho,
Desde lo más cercano
y mi palabra,
Compartamos tu sien,
tu mar delgado,
Tu pelo agujereado por los pájaros,
tu cuello, tu ternura, tu cansancio,
Tu islote a cuya orilla baja el viento
y aprende el cielo su temblor más largo.
Alegre estoy, Alegre,
Oh centinela alerta al pie de tu alma,
y armado hasta los huesos de huracanes,
Por dentro de tus ojos miro el mundo
que asciende por tus dedos como dádiva.
EUNICE ODIO
Agosto, 20 de 1947.
San José, La Tribuna, 24-08-1947, p. 10.