El congo rojo de Puerto Viejo como escena
de la decadencia de la pequeñoburguesía.
El bosque recibe en sus sillones amurallados
una brisa de mar que intenta disipar
la melodía de grillos acomodados
que se mezclan con los reclamos
de congos furiosos que en su piel
esconde las exigencias de la tierra
que ahora les apunta con el arma
de la visibilidad por la codicia
de la indiferencia de este mundo.
El bosque, cansado, decide llorar,
mientras que unos cuantos borrachos
se mojan en la melodía del grupo
que se interesa solo el contacto visual
de la trama “sustentable” de beber
entre los monos mientras que su alma
consume las entrañas de la hipócrita mata
a través de su existencia terrenal.
Algunos sentados, reciben transacciones
desde las cuentas de oro mimado en sus bancos
que pagan las facturas de la podredumbre plástica
de los prejuicios pequeñoburgueses,
otros miran desde el reflejo de su pobre alma
las fotografías que demuestran su decadencia
y sus amigos de las nubes, con manos y balas,
se deciden a vibrar en la envidia
mientras que los pobres monos
intentan robar sus orgánicos alimentos
para una consumación hipócrita y decadente.
No hay días más lluviosos en el caribe
que cuando se abastece de inmundas almas
que quiere redimirse de su insolencia racista,
la naturaleza decide crecer y llorar,
y los hijos de los ricos que nadan
en sus aguas solo miran la cara
del congo para visualizar un triunfo personal
en la lista de innecesarias afirmaciones de su clase,
mientras el caribe se esconde a llorar la piel visible,
las cámaras ignoran la difícil situación de ser
la presa de la incertidumbre de una mísera reproducción
de una ideología que se hunde en el fango de la putrefacción.
El bosque quiere afirmarse en un mercado alternativo
que quiere redimirse de las contradicciones ideológicas
de unos cuantos seres que serán los dueños de los sueños
de quienes se venden a la intemperie para mimar sus vicios
y los pobres monos alimentan la exótica forma de reactivar
las cadenas de mando en las ciudades que ahora extienden
su herrumbre por medio de canales invisibles en el espectro
radiofónico de una transmisión, de un contacto falso,
mientras que sus hijos se llenan la boca con bellas fotos
donde se logran ver el llanto de los árboles y los monos rojos.