Este cadáver que comienza a florecer
—la buena educación alza su filo—
este cadáver que no me ha sido presentado
mejor que vivo a pura muerte cede
a las semillas del amor: ondea pétalos.
Este cadáver quién lo pensaría
defendiendo su copa de tormentas
visitado por ciegas mariposas de circo
muertos sus poros desmedidos
muertos sus viejos humos de sentarse
vivas tan sólo sus raíces fúnebres
puntual en la palabra que calla
la eterna mano lúbrica que le queda temblando.
Este cadáver que me contradice
creciendo hombro con hombro en el idioma
de una plaga debida y crepitante.
Este cadáver de agua seca este gravísimo
cadáver de los huesos huéspedes
pasa adelante palpa sus banderas
interroga a los interrogadores
da lo único que tiene de todo corazón este cadáver
ha llorado y regresa y va llorando:
en un lugar del mundo su lápida respira
bajo el severo peso de su nombre vivido
un día dijo cosas para siempre
desde su muerte el mundo pesa más.
Roque Dalton, “El turno del ofendido”, en No pronuncies mi nombre. Poesía completa I, ed. Rafael Lara Martínez (San Salvador: Dirección de Publicaciones e Impresos (DPI), 2005), 415.