El herrero

Rimbaud

                        Palacio de las Tullerías, hacia el 10 de agosto del 92  [1] [2].
 
Con el brazo en la maza gigantesca, terrible
de embriaguez y grandeza, frente ancha, boca enorme
abierta, cual clarín de bronce[3] por la risa,
con su hosca mirada, sujetando a ese gordo,
al pobre Luis, un día, le decía el Herrero
que el Pueblo estaba ahí, girando en rededor,
y arrastrando su ropa sucia por las paredes
doradas. Y el buen rey, de pie sobre su tripa,
palideció, cual reo que llevan a la horca;
mas, como can sumiso; el rey no protestaba,
pues el hampón de fragua, el de los anchos hombros,
contaba viejos hechos y cosas tan extrañas
que fruncía la frente, herida de dolor.
 
«Pues sepa usted, Mi Sire, cantando el tralalá
llevábamos los bueyes a los surcos ajenos:
el Canónigo, al sol, tejía padres nuestros
por rosarios granados con claras perlas de oro[3],
el Señor, a caballo, tocando el olifante,
pasaba; con garrote, el primero, con látigo,
el otro, nos zurraban. —Como estúpidos ojos
de vaca, nuestros ojos ya no lloraban; íbamos...
y cuando como un mar de surcos, la comarca
dejábamos, sembrando en esa tierra negra
trozos de nuestra carne… nos daban la propina:
incendiaban de noche nuestra choza; en las llamas
ardían nuestros hijos cuál tortas bien horneadas.
 
...«¡No me quejo, qué va! Te digo mis manías,
en privado. Y admito que tú me contradigas.
¿Acaso no es hermoso ver en el mes de junio
cómo entran en la granja los carros llenos de heno,
enormes, y en los huertos oler, cuando llovizna,
todo cuanto germina por la hierba rojiza[4];
ver en sazón la espiga de los trigos granados,
y pensar que un buen pan se anuncia en los trigales... ?
¡Aún hay más: iríamos a la fragua encendida,
cantando alegremente al ritmo de los yunques,
si al menos nos dejaran coger unas migajas,
hombres, al fin y al cabo, de cuanto Dios ofrece!
 
—¡Y siempre se repite la misma y vieja historia... !
«¡Pero ahora ya sé: y no puedo admitir,
teniendo dos manazas, mi frente y mi martillo,
que alguien pueda llegar, con el puñal en ristre,
para decirme: Mozo, siembra mis sembradíos,
y que en tiempo de guerra vengan para llevarse
a mi hijo de su casa, como algo natural!
—Yo podré ser un hombre; tu podrás ser el rey,
y decirme: ¡Lo quiero! Te das cuenta, es estúpido.
Crees que me entusiasma ver tu espléndida choza,
tus soldados dorados, miles de maleantes,
tus bastardos de dios[5], como pavos reales:
han vertido en tu nido el olor de las mozas
y edictos condenándonos a vivir en Bastillas[6];
gritaremos: ¡Muy bien: de rodillas, los pobres!
¡Doraremos tu Louvre[7] dándote nuestros reales!
y te emborracharás, armando la gran juerga.
—Mientras ríen los Amos pisando nuestras frentes.
 
«¡Pues no; tales guarradas son de épocas pretéritas!
El pueblo ya no es una puta. Tres pasos
dimos y hemos dejado la Bastilla en añicos.
Esta bestia sudaba sangre por cada piedra;
daba asco ver aún alzada la Bastilla,
con sus muros leprosos, contando lo ocurrido
y encerrándonos siempre en su prisión de sombra.
—¡Ciudadano! [8], el pasado siniestro, entre estertores
se derrumbaba al fin, al conquistar la torre.
Algo como el amor el corazón henchía
al tener nuestros hijos contra el pecho, abrazados.
Y, como los caballos de ollares turbulentos,
íbamos, bravos, fuertes, y nos latía aquí[9].
Íbamos bajo el sol, así[10], la frente alzada,
por París. Se paraban ante nuestros harapos.
¡Por fin! ¡Eramos Hombres! [11]. Pero estabamos lívidos,
Sire, aunque embriagados de esperanzas atroces:
y, cuando al fin llegamos ante las negras torres,
blandiendo los clarines y las ramas de roble,
con las lanzas alzadas ... ya no sentimos odio,
—¡Nos creímos tan fuertes que quisimos ser mansos!
 



 
«¡Desde aquel día heroico, andamos como locos!
Oleadas de obreros[12] han tomado la calle
y, malditos, caminan, muchedumbre que espectros
sombríos acrecienta, hacia el hogar del rico:
yo corro junto a ellos a matar al chivato:
corro, por París, negro, con el martillo al hombro,
hosco, por los rincones, liquidando truhanes...
¡Si te ríes de mí, soy capaz de matarte!
—Puedes contar con ello, no repares en gastos
junto a tus hombres negros, que aceptan nuestras quejas[13]
y se las van pasando, como sobre raquetas,
mientras dicen, bajito, ¡los muy golfos!: «¡Qué tontos!»,
para apañar las leyes y sacar octavillas
con hermosos decretos color rosa y basura,
jugando a hacerse un traje[14] al crear otro impuesto,
antes de taponarse la nariz si pasamos.
—¡Nuestros representantes piensan que somos mugre!
Para quien sólo teme las bayonetas, basta...
¡Abajo sus petacas atestadas de argucias!
¡Estamos hasta el gorro de estas seseras planas,
y de estos gilipollas! [15] ¡Pero, ésta es la comida
que nos sirves, burgués, cuando estamos feroces,
ahora que rompemos los báculos, los cetros!»
 


 
Lo agarra por el brazo, arranca el terciopelo
de las cortinas: «¡Mira!» En los inmensos patios
la muchedumbre hierve igual que un hormiguero,
la muchedumbre aciaga con su fragor de ola,
ululando cual perra, bramando como un mar,
con sus broncos garrotes, con sus picas de hierro,
sus tambores, sus gritos de mercado y pocilga;
montón negro de andrajos que gorros rojos tiñen[16].
¡El Hombre se lo muestra por la ventana abierta
al rey que suda, pálido, y que se tambalea,
enfermo, al contemplarlo!
                                         «Es la Crápula, Sire.
Babea por los muros, crece, se agita, inmensa:
—¡Pero, al no comer, son, Sire, los miserables! [17]
Yo soy un simple herrero: mi mujer va con ellos
¡loca!, pues cree que hay pan en Las Tullerías.
—Nos echa el panadero de la tienda, por pobres.
Tengo tres hijos. Soy crápula. —Y conozco
viejas que van llorando bajo sus viejas cofias
porque alguien les quitó su muchacho o su chica:
Es la crápula.
                     Uno residió en la Bastilla,
otro era un presidiario: los dos son ciudadanos
honrados. Y aunque libres los tratan como a perros:
¡los insultan! Y sienten cómo les duele ahí
algo. ¡No pasa nada! Pero es triste; y al verse
rota el alma, y al verse por siempre condenados,
están aquí, ahora, ¡gritándote a la cara!
iCrápula!
              También hay, dentro, chicas, sin honra
porque (vos lo sabéis, que la mujer es débil)
Señores de la corte (y que siempre consiente)[18]
les habéis escupido en el alma, por nada.
Ahora están ahí, las que amasteis.
                                                       —La crápula.
 


 
¡Todos los Desgraciados, cuyas espaldas arden
bajo un sol inclemente, avanzando, avanzando,
sintiendo que el trabajo les revienta la frente;
—descubríos, burgueses—, éstos sí son los Hombres!
¡Somos Obreros, Sire, Obreros, preparados
para la nueva era que pretende saber:
el Hombre forjará del alba hasta la noche,
cazador de los grandes efectos y sus causas,
tranquilo vencedor domeñará las cosas
hasta montar al Todo cual si fuera un corcel!
¡Espléndido fulgor de las fraguas! ¡No existe
ya el mal! Lo que ignoramos, tal vez sea terrible:
¡lo sabremos! Empuñando el martillo, cribemos
todo cuanto aprendimos: luego, Hermano, ¡adelante! [19]
A veces tengo un sueño enorme y conmovido:
vivo con sencillez, ardientemente[20], nada
malo sale de mí, bajo la amplia sonrisa
de una mujer que amo, con noble amor trabajo;
¡y así trabajaríamos, ufanos, todo el día,
escuchando el deber cual clarín clamoroso!
¡Qué felices seríamos! Y nadie, nadie digo,
vendría a doblegarnos; no, sobre todo, ¡nadie! [21]
Tengo el fusil colgado sobre la chimenea…
 


 
«El aire está preñado de un aroma de guerra.
¿Pero qué te decía? ¡Ah! Que soy chusma; vale.
Y quedan todavía soplones y logreros.
Nosotros somos libres y sufrimos visiones
donde nos vemos grandes; ¡grandes! Ahora mismo,
¿no hablaba del deber tranquilo, de una casa...?
¡Contempla, pues, el cielo!  —Lo encontramos pequeño:
¡palmarla[22] de rodillas y con tanto calor!
¡Contempla, pues, el cielo! —Yo me voy con mi gente
con esta chusma enorme y horrísona que arrastra,
tus cañones decrépitos por el sucio empedrado.
—Cuando nos maten, Sire, los habremos lavado.
—Y si al vemos gritar, si ante nuestra venganza,
las patas de los reyes viejos y pavonados
lanzan sus regimientos, de gala, contra Francia,
allí estaréis vosotros.
                                  ¡Pues, a la mierda, perros!»
 


 
—Volvió a echar su martillo al hombro.
                                                               El gentío
Junto a este gigante se sentía embriagado,
y, por el patio inmenso, por los apartamentos,
donde París jadeante ululaba feroz,
un temblor sacudió la muchedumbre inmensa.
Entonces, con su mano, coronada de mugres[23],
aunque el panzudo rey sudaba, el Herrero,
temble, el gorro rojo, a la cara le arroja.
 
 
Arthur Rimbaud, "II. Poesía de 1869-1971", en Poesías Completas (Madrid, Ediciones Cátedra, 1998), 189, 191, 193, 195, 197, 199, 201, 203.
 
 
[1]: El 'herrero', sin olvidar su morfología realista —desnudez, fuerza, vida al lado del fuego y en la oscuridad de la fragua—, sin olvidar también su ascendente mitológico debido a la figura de Vulcano, pertenece al espacio de la rebeldía bíblica: su cainismo fue ampliamente aprovechado por V. Hugo y G. de Nerval. Es, sin lugar a dudas, este conjunto de elementos lo que le permiten a Rimbaud hacer de él un símbolo de la rebelión del pueblo —en cierto modo luciferina— contra el poder.
[2]: El poema, de 1870, une simbólicamente la fecha de la cuarta revolución francesa, la Comuna, con uno de los años clave de la Gran Revolución, 1792, el año del Gran Terror. Nunca podría hacer alusión a 1892, como aparece en algunas ediciones españolas. El palacio de Las Tullerías —a espaldas del Louvre—, que permaneció intacto durante la primera revolución, fue destruido durante los disturbios de la Comuna. La escena que se nos cuenta sólo puede ser situada en este palacio de manera alegórica: mediante la fusión de fechas a la que antes aludíamos.
[3]: La metáfora del clarín había sido empleada por V. Hugo, de manera sistemática, para referirse al pensamiento progresista: «Sonad, sonad, perennes, clarines del espíritu.» La volveremos a encontrar en Rimbaud en otras ocasiones.
[4]: Observemos cómo aparece, en medio de un poema preñado de romanticismo social, la nota parnasiana, con su riqueza plástica y cromática.
[5]: Calificativo sorprendente que, si dejamos de lado las exigencias de la rima, nos prueba hasta qué punto el color rojizo, pelirrojo (roux), es positivo en el imaginario rimbaldiano. Verlaine también la califica así.
[6]: El texto del poeta califica a los soldados reales de «palsernbleu Bâtards» (bastardos de rediez, o algo así, siendo la expresión palsembleu, una posible deformación eufemística de porsandios, análoga de parbleu, en vez de par Dieu. Una posible traducción más española hubiera sido, sin lugar a dudas, tus jodíos bastardos, pero perderíamos la resonancia blasfema que hay en todas estas expresiones francesas.
[7]: En plural, corno símbolo de cualquier tipo de represión del débil por el poderoso. Se inicia así esa fusión permanente en la conciencia de Rirmbaud entre la Gran Revolución y cualquier tipo de revolución (en especial, la que le tocó vivir, la de la Comuna).
[8]: El entonces palacio real del Louvre.
[9]: El poeta puede dirigirse tanto a sus conciudadanos –ya libres— como al rey, reducido por la revolución a la simple condición de ciudadano (el ciudadano Capelo).
[10]: En el pecho, junto al corazón. El ritmo épico recupera la función oral de la poesía, y el gesto violento del poeta recitador sustituye al sustantivo.
[11]: Misma observación.
[12]: Mayúscula que es preciso conservar pues obedece a la utopía liberal redentorista, leída en V. Hugo y en Michelet.
[13]: Anacronismo que vuelve a unir en el poema las dos revoluciones antes aludidas, a casi un siglo de distancia.
[14]: Posible alusión a «la Chambre de Requêtes» (instancia judicial donde se presentan las quejas, los suplicatorios y los recursos); de ahí la expresión tus hombres de negro —jueces y abogados. Pero, posible alusión también a los «cahiers de doléances» en los que estaban consignadas las quejas y peticiones de los diputados de los Estados Generales de 1789. De ahí, la posterior alusión a nuestros representantes.
[15]: El poeta dice «jugando à couper quelques tailles», juego de palabras de difícil traducción. La taille era un impuesto directo, en vigor hasta la Revolución de 1789, pero es también la dimensión del cuerpo, la talla. El verbo tailler, por su lado, significa cortar. El tailleur es el que corta los trajes. A nuestra manera, hemos intentado recrear el juego de palabras del poeta: un nuevo impuesto les sirve a ellos para sacar buenos beneficios, mientras se ríen de sus representados o de los contribuyentes.
[15]:  Nuestra traducción eufemiza el texto del poeta. La expresión «Ventres-dieux» (vientres de dioses) es de nuevo blasfema y arrabalera.
[16]: De nuevo, el movimiento épico desemboca en el cromatismo deslumbrante parnasiano.
[17]: «Les gueux». Jean Richepin está escribiendo en estos momentos La Chaman de gueux; herencias del socialismo de los miseriosos que sacralizara V. Hugo con Los Miserables.
[18]: Observemos cómo Rimbaud entreteje en la misma estructura sintáctica dos niveles temáticos complementarios, pero muy bien diferenciados: lo que hacen los nobles con las mujeres y la condición psicológica de las mujeres.
[19]: La voz del Herrero esconde la voz del poeta: la invocación al obrero implica al Obrero, como significante del hombre nuevo, en el quehacer industrial, filosófico y ético de los tiempos modernos. La fragua es el crisol de la inteligencia y la ciencia modernas. Recuperación, sin duda, de las filosofías del socialismo místico y, posiblemente, de una cierta conciencia francmasona, frente a la religión católica y su ética del pecado: un buen ejemplo del resultado de las lecturas caóticas y febriles del adolescente Rimbaud.
[20]: Para un ser que vive bajo el signo del fuego ¡qué mejor símbolo que el del herrero, para identificarse con él! Aúna la dimensión ígnea —que abrasa y purifica— con la dimensión rebelde de los descendientes míticos de Caín. Lo psicosensorial encuentra su espacio en el mito y en la tradición de la poesía romántica —Gerard de Nerval, en especial. Por otro lado, para el alquimista de la sustancia, el herrero es también el mago de las mutaciones formales; siempre gracias al fuego.
[21]: El ripio de la oralidad épica.
[22]: Emplearnos el vulgarismo, sinónimo de morir, para traducir el no menos vulgar «crever» (reventar) francés.
[23]: Esta alianza de elementos antagónicos (que no llegan a ser oxímoros) es una de las características más sorprendentes de la palabra rimbaldiana.