Mujer al fin y de mi pobre siglo,
bien arropada bajo pieles caras
iba por la ciudad, cuando un obrero
me arrojó, como piedras, sus palabras.
Me volví a él; sobre su hombro puse
la mano mía: dulce la mirada,
y la voz dulce, dije lentamente:
—¿Por qué esa frase a mí? Yo soy tu hermana.
Era fuerte el obrero, y por su boca
que se hubo puesto, sin quererlo, blanda,
como una flor que vende las espinas
asomó, dulce y tímida, su alma.
La gente que pasaba por las calles
nos vio a los dos las manos enlazadas
en un solo perdón, en una sola
como infinita comprensión humana.
Alfonsina Storni, "Languidez (1920)" en Antología Poética (Madrid: Mestas Ediciones, 2000), 68.