Siempre ahí, arrimado en la pena de enviar el telegrama
que devuelve los vientos de la esperanza,
intento pensar en aquellas frías calles de desampa
cuando salí una noche a llorar en medio de piedreros
y me topaba con chapulines armados,
me valía picha todo,
mi mente estaba emborrachada de la luna.
Y sentía toda la pena vivir a la defensiva,
no por vos, sino por la supervivencia
de los techos mal pintados del barrio,
un vez vi los pies volar en los tragaluces,
corriendo de la policía y de la turba.
Hoy estoy intentando no pensar en los momentos cobardes,
teniendo la opción de evolucionar a la gloria
de los mares, de los olores de historias ajenas,
del millón de historias que puedes contar
mientras te veo como un reflejo de los días buenos.
Son imágenes cobardes, puras y simples probabilidades.
Un día había un asalto, otro me jugaba la vida por un momento
de peligro, quería acariciar las historias extremas.
Los momentos pisoteados de la memoria
me recuerdan la pena de temer la noche.
También, camino sobre los cafetales vacíos
para entender la miseria de vivir de los recuerdos,
recuerdos de noches extremas.
Te pido, tiempo que juega con la memoria,
que puedas detener la secuencia de este recuerdo,
para tener más opciones de sueños compartidos,
solo te pido que olvides cuando la flor rebelde
creyó en los instantes cobardes.