Estoy viendo esta muerte,
y desde ahora
adorno estos huesos con flores,
quedan en la memoria
de la belleza de un amanecer
de tristezas efímeras
cuando los simios se animan
a gritar a tu “burguesa” manía de beber
en lo fino de tu salario,
llueven angustias trasnochadas,
y se arriman el mueble de la felicidad
a tu prima hermana la soledad,
y luego,
la culpa feminista de derecha
arruina tu sonrisa
chantajista al genérico ser
de un feminismo individualista,
y tus amigas,
las brujas capitalistas,
ya no te invitan a birrear de la contrariedad,
y pides perdón a la Rosa Roja en una noche de enero,
cuando el anhelo del cambio murió hace siglo
con la maldita revolución,
y ya no sabe como
exhumar la contradicción y ganar,
sacar los huesos a correr
en ríos de debates,
empujar a la pura adición,
del cuerpo desaparecido,
a imaginar las respuestas de izquierda,
y ver las marcas de aquella sonrisa
en lo blanco de una petrificada
quijada que aún dibuja la mirada
de una muerte por inanición
causada por la pasión nunca consumada
en los cuestionamientos sacados
del banquete de tus gritos de rebelión
a teorías que solo reproducen lo peor
de la infinita división.