Sentados a la orilla del camino
cuatro viajeros mientras comían viendo a Kojac
a catorce mil kilómetros del punto de partida
se quejaron por la desaparición de los ciervos
que este año comienzan a alejarse de los valles
insistieron en recordar los trenes a cuerda de la infancia
mencionaron títulos de ciertos libros
que fueron devorados por el fuego de las bombas de Belfast
y hasta de buena gana se alegraron
ante la posibilidad de vida en el planeta Marte
nadie habló por prudencia
de aquellos fracasos amorosos que marcaron arrugas en la frente
y tampoco esta vez fue necesario recurrir a la telepatía
porque en el fondo los nativos con sus rostros
pintados de colores brillantes
todavía asombran a los recién llegados
Ciertas palabras escritas en las piedras
sirven como señales contra la soledad
pero -aunque no lo dijo- sentía que sus ojos (tan lejanos)
podían aparecer entre las sombras
especialmente después de la sexta copa de vino del Ribeiro
Del otro lado del océano los cartagineses
han sido derrotados y de su imperio
sólo han de quedar las vasijas mochicas
las ruinas de Chichén Itzá
y unos tumis de bronce
para que los cirujanos busquen en el cerebro
la piedra que provoca locura en aquella ciudad
todavía iluminada por los resplandores del incendio
el tableteo de las ametralladoras
y las sirenas de los coches policiales
Sin embargo en los momentos que le deja libre
su tarea de convertir a los infieles
(su labor de conquista han de decir los textos)
él extrae en secreto de un hueco que forma la armadura sobre el pecho
la foto de una mujer que no puede recordar sin amor
también cuida que la luna no ilumine su cuerpo cuando duerme
y murmura una letra de Cadícamo
o arroja inútilmente botellas al océano.
Horacio Salas
En: Jorge Boccanera y Saúl Ibargoyen, Poesía Comtemporánea de América Latina (México: Editores Mexicanos Unidos S.A., 1998), 30-31.