No agitando solo mi pecho oprimido;
no en suspiros por la noche, en colérico descontento de
mí mismo;
no en estos suspiros profundos, mal reprimidos;
no en numerosos pensamientos y en promesas violadas;
no en la voluntad de mi alma, obstinada y salvaje;
no en este latido y martilleo de mis sienes y pulsos;
no en estas curiosas sístoles y diástoles interiores que
cesarán un día;
no en glotones deseos confiados únicamente a los ojos;
no en gritos, risas, derrotas, huidas de mí cuando solo
estaba en lejanas soledades;
no en roncos jadeos entre los dientes apretados;
no en palabras una y otra vez proferidas, en charlatanas
palabras, en ecos, en palabras muertas,
no en estos murmullos de mis sueños durante el tiempo
en que duermo,
ni los otros murmullos de esos increíbles sueños de cada
día,
ni en los miembros y sentidos de mi cuerpo que te saben
asir y devolver continuamente; no allí,
y nada de todo aquello, ¡oh, adherencia!, ¡oh, pulso de mi
vida!
Solo tengo necesidad de que existas o te muestres
únicamente en estos cantos.
Whitman, ¡Oh, capitán!, ¡mi capitán! (Barcelona: Penguin Random House Group Editorial, 2018), 47-8.