Por un lado,
humanos caminando sobre la arena movediza
de un recuerdo,
hormigas jugando en la basura industrial
de mis penas,
perros corriendo con sogas invisibles
mientras babas caen en la desesperación,
gigantes edificios que excretan
caca amarilla y cansada
a punto de entrar en huelga,
desechos de petróleo
vestidos de santa inquisición,
y recuerdos efímeros de bodas absurdas
donde explotan olas y fotógrafos hincados,
y todos vestidos de Zara,
o los más trotskistas,
con pedazos de mentiras artesanales,
compradas en mercados alternativos
libres de gluten,
tejidada por obreros
"justamente" orgánicos,
con un perfume de tufillo pipichanti,
germinadas en el compost de la mentira,
los genios de la Santa descomposición,
ilusiones de pedos naturalistas
incrementadores del capital,
hasta las roquillas finas,
se veían como viejos
de la mano de quinceañeras
que lloran por la batalla contra Freezer,
o cuando todo se complicó con la polución,
y las enormes pansas azules
que llaman la atención
de las madres preocupadas,
mientras,
billeteras hediondas a sudor,
derrochan al tono del jugo
de la alcantarilla,
prostíbulos carísimos
camuflados de perdón,
en salas de masajes o peluquerías,
bares carísimos que hablan solo un inglés
para gente fina,
no para los obreros de Detroit,
ni para los mártires anarquistas de Chicago,
ni para los comunistas internacionalistas de Kronstad.
Ellos están comiendo de la resurección
de amaneceres acuchillados por la lluvia,
mientras pasan a las sodas mundiales
de todas las paquitas,
donde se puede babear, y llorar,
y pedir de los enormes platos
de la conciencia obrera.
Por el otro lado,
humanos caminando sobre la pena
de una deuda infinitamente truncada
por la ilusión,
gastando los brazos del interior y el exterior,
deseos que sudan en la mesura del mar
de la explotación,
personas simples viéndose la hora,
y mandándose mensajes melancólicos,
del Bronx, de Detroit,
de Chepe o la Carpio,
en barrios llenos de explosiones
de duendes obreros
sostenedores de puentes,
llenos de abuelas heroicas,
para saludar a sus compitas
los grillos de la luz,
y la goma eterna es solo
un pedazo de salario,
un deseo gastado
en tiendas carísimas
del olvido temporal,
es decir,
las tiendas,
suplidoras de ropa gringa usada made in China,
y salen a flote,
en la navegación de las pacas,
sonrisas mágicas,
por las bombas para sus amigos,
o para familias enteras
de la mano de todas mis tías obreras,
con enormes ilusiones y duendes azules,
vacaciones carísimas para encontrarse
solo a las broncas,
camufladas en folletos turísticos
de bosques con monos llorones,
-la ecología de la humillación-
todos estos dólares,
pegados con tape a la salida
de la fábrica del salario robado,
donde el jefe te llama "colaborador",
disfrutando del sol,
de la vida ajena,
compartiendo los asaltos,
los intentos de asesinato al capital ficticio,
al representante carnal de toda esa mierda artesanal,
pensando en esos días de luz, de esperanza,
en una playa llena de edificios,
odiando a los míos
y los tuyos que fueron derrotados,
que fueron pisoteados,
en este Jacó que desdobla en la luz
de la contradicción.