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¿Por qué no pues ahora –tú que seguro llegas?
Te espero –muchas son mis desgracias.
Ya apagué la luz y abrí la puerta,
a ti, cosa simple y extraña.
Toma para ello no importa qué aspecto.
Irrumpe tal proyectil envenenado,
furtiva y con pesa, tal bandido experto
o con vapores de tifus impregnados.
O con un cuento por ti misma inventado
y al que ya hasta la náusea conocemos–
para que yo vea de la gorra azul el plato
y la palidez de miedo del casero.
A mí ya nada me importa. El Yeniséi va removido.
Reluce la estrella polar
y el azul brillo de los ojos queridos
el último tormento cubrirá.
9
Ya el aleteo del delirio
a medias cubre el alma,
y a beber da ardiente vino
y a oscuro valle llama.
Y comprendí a lo que yo
debo otorgar la victoria,
escuchando a mi interior
como si extraño fuera ahora.
Y en absoluto me permite
que algo mío conmigo lleve
(por mucho que le suplique
y por mucho que le ruegue):
ni los ojos del hijo espantados
– pétreo sufrimiento –
ni el día aquel atormentado,
ni en la prisión la hora del encuentro,
ni el frescor de la querida mano,
ni la sombra estremecida de los tilos,
ni el ligero sonido lejano –
palabras de consuelos últimos.
Anna Ajmátova, "Réquiem" en He leído que no mueren las almas (Barcelona: Penguin Random House Grupo Editorial, 2018), 62-4.