Ayer no te silbé demasiado, te he fallado…
Ahora que es un presente para dormir ¿a su lado?,
no sé ni como conjugarte-invocarte en el próximo plato.
Comería un poco de tus finales tristes,
pero me asustan tus bacterias rumiantes,
las mías ladran solo los días de llena errante,
y no acaba ahí,
sino exactamente allá
(el mae levanta la mano,
y señala al final un barco que se
esconde en el abismo de tu morada
donde se sientan a llorar herrumbrados poetas melancólicos)
¿dónde envuelvo (para llevar) el recuerdo para la próxima cena?
la equivocación estuvo en la falsa probabilidad
del sonido de una afirmación
sobre la invitación a una cena gratis
(exactamente de un 45.78%)
y no soy pesimista,
pero ahora quiero contar algunas piedras del mar (las chicas nuevas)
mientras el hambre de tus finales tristes me causan ganas de tomar,
pero el sol me está gritando al lado de un bar carísimo,
no escucho (no quiero escuchar) la voz del camarero contentísimo
de hacerme sentir un poco asaltante de una miseria,
(y no quiero lavar los platos de ricos)
aún no creo en las ganas de llegar a una locura
que me lleve a escribir ponencias en la arena
de tu plato,
me llevaría al sabor del triste final,
y no quiero dejar de gritarle improperios
desamparadeños al tipo que me trae
la cuenta mientras ríe de mi semblante errante,
el tipo se ríe de mi triste exigencia de cordura
ante la inminencia del triste final.