I
En el principio
Los ángeles eran de cuero negro
Y sus alas se batían entre la sangre y el orgullo.
Eran así también los hombres y las mujeres,
Con un dios a su imagen y semejanza.
Dos cuernos eran la luna sobre sus frentes.
Dijo su dios
– Que se haga el día, que se haga la noche.
Y así fue.
– Que se hagan los mares, los bosques, los desiertos, la palabra hecha poema.
Y así fue.
Pero dijo también este dios, aficionado a la muerte
– Que se hagan las plazas
Y una gran plaza roja, extendida por todo el Edén, apareció y así fue.
Los ángeles toros volaban sobre sus columnas con hilos de Sangre,
Como bordando todos una sola muerte.
Los niños toros trotaron, aterrados
Hacia los portones del Génesis,
Pero estaban cubiertos por enormes mantones rojos.
En medio de la plaza
Un joven toro
Entonaba cantes de onomatopeyas muy pequeñas.
Desde el cielo una lanza le atravesó el pensamiento.
El dios toro traicionaba a su especie.