El Estado y la revolución

Roque Dalton

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El Estado y la revolución

I
Contra quién es este libro
 
Contra los especialistas en podrir situaciones revolucionarias
y echarlas al cesto de las manzanas para tratar de podrir a las demás
contra los que incluso cuando han abordado de lleno la cuestión
se han esforzado por eludirla
contra los full-backs de la burguesía
contra los filisteos los semifilisteos y los polifilisteos
contra los célebres a lo Eróstrato
que nacieron para acusar de blanquista a la naturaleza y a la historia
contra los que gustan tanto de las citas y las sentencias
que terminan por defenderlas de la revolución
contra quienes piensan que la gran obra de Marx
fue prevenir a la clase obrera contra el revolucionarismo excesivo
y le dan un contenido deportivo a su frase
“hacer saltar toda la maquinaria del Estado”
contra los acólitos de la bernsteiniada de toda época de fuego
contra los radicales pasivos
y los portaestandartes de la espera
contra los que se pasan con armas y bagajes al oportunismo
contra los que van a buscar sus armas y bagajes en el oportunismo
contra quienes no usan sus armas y bagajes contra el oportunismo
 
 II
 Lo fundamental
 
 «En 1907 publicó Mehring en la revista Neue Zeit (XXV, 2, p.164), extractos de una carta de Marx a Weydemeyer, fechada el 5 de marzo de 1852. Esta carta contiene, entre otros, el siguiente notable pasaje:
 
 Por lo que a mí se refiere, no me cabe el mérito de haber descubierto la existencia de las clases en la sociedad moderna ni la lucha entre ellas. Mucho antes que yo, algunos historiadores burgueses habían expuesto ya el desarrollo histórico de esta lucha de clases y algunos economistas burgueses la anatomía de éstas. Lo que yo he aportado de nuevo ha sido demostrar: (1) que la existencia de las clases sólo va unida a determinadas frases históricas de desarrollo de la producción (Historische Entwicklungsphasen der Produktion); (2) que la lucha de clases conduce, necesariamente, a la dictadura del proletariado; (3) que esta misma dictadura no es por sí más que el tránsito hacia la abolición de todas las clases y hacia una sociedad sin clases...
 
 En estas palabras, Marx consiguió expresar de un modo asombrosamente claro dos cosas: primero, la diferencia fundamental y cardinal entre su doctrina y las doctrinas de los pensadores avanzados y más profundos de la burguesía, y segundo, la esencia de su teoría del Estado. Lo fundamental en la doctrina de Marx es la lucha de clases: así se dice y se escribe muy frecuentemente. Pero no es exacto. De esta inexactitud se deriva con gran frecuencia la tergiversación oportunista del marxismo, su falseamiento en un sentido aceptable para la burguesía. En efecto, la teoría de la lucha de clases no fue creada por Marx, y es, en términos generales, aceptable para la burguesía. Quien reconoce solamente la lucha de clases no es aún marxista, puede mantenerse todavía dentro del marco del pensamiento burgués y de la política burguesa. Circunscribir el marxismo a la teoría de la lucha de clases es limitar el marxismo, tergiversarlo, reducirlo a algo que la burguesía puede aceptar. Marxista sólo es el que hace extensivo el reconocimiento de la lucha de clases al reconocimiento de la dictadura del proletariado. En ello estriba la más profunda diferencia entre un marxista y un pequeño (o un gran) burgués adocenado. En esta piedra de toque es en el que hay que contrarrestar la comprensión y el reconocimiento real del marxismo. Y nada tiene de extraño que cuando la historia de Europa ha colocado prácticamente a la clase obrera ante tal cuestión, no sólo los oportunistas y reformistas, sino también todos los 'kautskianos' (gente que vacila entre el reformismo y el marxismo) hayan resultado ser miserables filisteos y demócratas pequeño-burgueses que niegan la dictadura del proletariado. El folleto de Kautsky, La dictadura del proletariado, publicadoen agosto de 1918, es decir, mucho después de aparecer la primera edición del presente libro, es un modelo de tergiversación filistea del marxismo y de ignominiosa abjuración virtual del mismo, aunque se le acate hipócritamente de palabra (véase mi folleto La revolución proletaria y el renegado Kautsky, Petrogrado y Moscú, 1918). El oportunismode nuestros días, personificado por su principal representante, el ex marxista Kautsky, cae de lleno dentro de la característica de la posición burguesa que traza Marx y que hemos citado, pues este oportunismo circunscribe el terreno del reconocimiento de la lucha de clases al terreno de las relaciones burguesas. (¡Y dentro de este terreno, dentro de este marco, ningún liberal culto se negaría a reconocer, 'en principio', la lucha de clases!) El oportunismo no extiende el reconocimiento de la lucha de clases precisamente a lo más fundamental, al período de derrocamiento de la burguesía y de completa destrucción de ésta. En realidad, este período es inevitablemente un período de lucha de clases de un encarnizamiento sin precedentesen que ésta reviste formas agudas nunca vistas y, por consiguiente, el Estado de este período debe ser, inevitablemente, un Estado democrático de nuevo tipo (para los proletarios y los desposeídos en general) y dictatorial de nuevo tipo (contra la burguesía). Además, la esencia de la teoría de Marx sobre el Estado sólo la asimila quien haya comprendido que la dictadura de una clase es necesaria, no sólo para el proletariado después de derrocar a la burguesía, sino también para todo el período histórico que separa al capitalismo de la 'sociedad sin clases', del comunismo. Las formas de los estado burgueses son extraordinariamente diversas, pero su esencia es la misma: todos esos estados son, bajo una forma u otra, pero en última instancia, necesariamente, una dictadura de la burguesía,. La transición del capitalismo al comunismo no puede, naturalmente, sino proporcionar una enorme abundancia y diversidad de formas políticas, pero la esencia de todas ellas será, necesariamente, una: la dictadura del proletariado».
 
 Lenin, tomado de la 2ª. edición,
 17 de diciembre de 1918.
 
En: Roque Dalton, Un Libro Rojo para Lenin (San Salvador: UCA Editores, 2001), 175-179.