Flores Aritméticas

Manuel Maples Arce

Esas rosas eléctricas...
 
Esas rosas eléctricas de los cafés con música
que estilizan sus noches con "poses" operísticas,
languidecen de muerte, como las semifusas,
en tanto que en la orquesta se encienden anilinas
y bosteza la sífilis entre "tubos de estufa".
 
Equivocando un salto de trampolín, las joyas
se confunden estrellas de catálogos Osram.
 
Y olvidado en el hombro de alguna Margarita,
deshojada por todos los poetas franceses,
me galvaniza una de estas pálidas "ísticas"
que desvelan de balde sus ojeras dramáticas,
y un recuerdo de otoño de hospital se me entibia.
 
Y entre sorbos de exóticos nombres fermentados,
el amor, que es un fácil juego de cubilete,
prende en una absurda figura literaria
el dibujo melódico de un vals incandescente.
 
El violín se accidenta en sollozos teatrales,
y se atragante un pájaro los últimos compases.
 
Este techo se llueve.
La noche en el jardín
se da toques con pilas eléctricas de éter,
y la luna está al último grito de París.
 
Y en la sala ruidosa,
el mesero académico descorchaba las horas.
 


 
Todo en un plano oblicuo…
 
En tanto que la tisis —todo en un plano oblicuo—
paseante de automóvil y tedio triangular,
me electrizo en el vértice agudo de mí mismo.
Van callendo las horas de un modo vertical.
 
Y simultaneizada bajo la sombra eclíptica
de aquel sombrero unánime,
se ladea una sonrisa,
mientras que la blancura en éxtasis de frasco
se envuelve en una llama d'Orsay de gasolina.
 
                                    Me debrayo en un claro
                                    de anuncio cinemático.
 
Y detrás de la lluvia que peinó los jardines
hay un hervor galante de encajes auditivos;
a aquel violín morado le operan la laringe
y una estrella reciente se desangra en suspiros.
 
Un incendio de aplausos consume las lunetas
de la clínica, y luego —oh anónima de siempre—
desvistiendo sus laxas indolencias modernas,
reincide —flor de lucro— tras los impertinentes.
 
                                    Pero todo esto es sólo
                                    un efecto cinemático,
 
porque ahora, siguiendo el entierro de coches,
allá de tarde en tarde estornuda un voltaico
sobre las caras lívidas de los "players" románticos,
y florecen algunos aeroplanos de hidrógeno.
 
En la esquina, un "umpire" de tráfico, a su modo,
va midiendo los "outs", y en este amarillismo,
se promulga un sistema luminista de rótulos.
 
Por la calle verdosa hay brumas de suicidio.
 


 
A veces, con la tarde…
 
A veces, con la tarde luida de los bordes,
un fracaso de alas se barre en el jardín.
Y mientras que la vida esquina a los relojes,
se pierden por la acera los pasos de la noche.
 
                                    Amarillismo
                                    gris.
 
Mis ojos deletrean la ciudad algebráica
entre las subversiones de los escaparates;
detrás de los tranvías se explican las fachadas
y las alas del viento se rompen en los cables.
 
Siento íntegra toda la instalación estética
lateral a las calles alambradas de ruido,
que quiebran sobre el piano sus manos antisépticas,
y luego se recogen en un libro mullido.
 
A través del insomnio centrado en las ventanas
trepidan los andamios de una virginidad,
y al final de un acceso paroxista de lágrimas,
llamas de podredumbre suben del bulevard.
 
Y equivocadamente, mi corazón payaso,
se engolfa entre nocturnos encantos de a 2 pesos:
amor, mi vida, etc., y algún coche reumático
sueña con un voltáico que le asesina el sueño.
 
Sombra laboratorio. Las cosas bajo sobre.
Ventilador eléctrico, champagne -|- F.T.
Marinetti = a
 
                                    Nocturno futurista
                                    1912.
 
Y 200 estrellas de vicio a flor de noche
escupen pendejadas y besos de papel.
 
 
Manuel Maples Arce, Andamios Interiores. Poemas Radiográficos (México D.F.: Editorial Cvltvra, 1922), 20-38.