Cada uno de vosotros extiende,
sin saberlo,
su mano
y me sostiene el corazón.
Yo no podría vivir sin esas manos vagas, invisibles,
que arden tiernamente entre mis músculos
como si sanos, densos, vivos pueblos
me habitaran.
(Los hombres somos aguas que vagamos
de un ser a otro, hambrientos
de crecer y crecer, de humedecernos
de un eterno estreno de otras manos.)
Cada día soy otro.
Algo menos yo mismo
y algo más ese hueso
que madura en el cuerpo del vecino.
Jorge Debravo, Los despiertos Guerrilleros (San José: Editorial Costa Rica, 2017), 31.