Cuando ella reía me veía de pronto envuelto en su risa y formaba parte de ella, hasta que sus dientes no eran más que fortuitas estrellas con talento para la instrucción de ejércitos. Fui arrastrado por breves jadeos, inhalados en cada recuperación instantánea, perdido finalmente en las oscuras cavernas de su garganta, golpeado por las ondas de invisibles músculos. Un camarero mayor con manos temblorosas estaba poniendo deprisa un mantel a cuadros blancos y rosas sobre una oxidada mesa de hierro verde, diciendo: «Si la señora y el caballero desean tomar el té en el jardín, si la señora y el caballero desean tomar el té en el jardín...». Decidí que si la agitación de sus pechos podía pararse, se podrían recoger algunos de los añicos de la tarde, y con cuidadosa sutileza puse toda mi atención a tal fin.
T. S. Eliot, La tierra baldía & Prufrock y otras observaciones, trad. Andreu Jaume (Titivillus, 2015), Digital.