Historia breve y verdadera del perro mexicano

Ernesto Mejía Sánchez

                                                                  A José Revueltas.
 
Soy perro mexicano, chilango, de la región más transparente (Lomas de Plateros) y pringuen a su madre los demás perros. Pura barba el Padre Garibay, que el perro azteca viene del chiguagüeño, pasando por Tula y el Valle del Mezquital. Nada de eso. “Tienen sus perros gozques —dice Bernal— que llaman xulos y son mudos y desnudos de pelos, los cuales crían en los jardines de Moctezuma, frente a la Antigua Librería de Robredo y el meadero del Loco Padre Las Casas, esquina y contra esquina del Relox, del Seminario y Las Escalerillas, que engordan como sapos para sacrificar a su Huchiperros, del que se ha dicho que es su demonio.” Todo cierto, menos que éramos mudos. Lo que pasa es que ladrábamos sin erre y ellos no sabían oír nuestros delicados sonidos: sh, sh, sh, ni las te-ele: tl, tl, tl. Luego vino el de Alvarado echando putas y culebras la Noche Triste y nosotros chupando pulque curado de Luna Llena, que nos llegó la matazón. Algunos nos salvamos en La Merced y cuando la primera virreina trajo la perrita española, ahí está que a cojé, a cojé, y aquí estamos. ¿Nagual yu? Ni mother.
 
 
Ernesto Mejía Sánchez, "Historia Natural (1968-1975)" en Recolección a mediodía (Managua: Editorial Nueva Nicaragua, 1985), 201.