La llegada del Cristo de los barrios del sur

Laverne

Para Gabriel Ruiz Bonilla
“Jesús no era un buen mesías,  era un borracho y un haragán.”
 
Al frente de una imponente mano que sufre del aire,
                                         y de donde cuelgan hamacas
                                         resguardadas entre los discos
                                          de niños tristes,
leo sobre la segunda venida de Cristo.
 
No más llegando encontró su bar,
y perdonó a los pobres pederastas
                        que sostienen su pequeño castillo de esperanzas a retazos
                         de algún Pequeño Mundo que engaña a los pobres
                         con mercancías de inútil calidad que con el paso del tiempo
                          permiten crecer el cáncer que los llevará hasta el día
                          del juicio final (donde lo espera su padre).
 
Pequeñas almas con temores en los infiernos
           corren bajo miles de manos que danzan al son del frente (frío)
y yo me resguardo del espectáculo disfrutando del absurdo
               borracho divino caído de los cielos hasta el negocio de los viejos,
               impulsado por un vagabundo que encuentra en su obra
              una oportunidad más para robar plusvalía
              a cambio de esperanzas de inmortalidad.
 
Jesucristo camina con bata robada en algún laboratorio
          universitario y anda con pelo blanco color sueño carmín,
la gente le tira monedas de culpa y sentimientos de cordura,
las manos siguen el usual baile mientras el reverso del suelo
oscurece su alma como anticipando unas lágrimas que me echaron a correr.
 
Se confabuló una conspiración para que estas palabras de
                blasfemia lleguen a un cálido fin (en el infierno).