El flujo normal se ve alterado por explosiones
que caen de las laderas de los ríos,
la sangre es ajena a la penetración
de los líquidos,
–la tierra no quiere recibir el sufrimiento–
entonces, caen las cabezas de fuego que crecen, crecen y crecen,
hasta que las montañas se ven obligadas a destruir su piel,
—para poder sobrevivir a la hecatombe—
los humanos han dejado miles de despojos
que se amontonan en las paredes
de la confusión, de la pobreza y la soledad,
lo que actúa como una liberación del inconsciente
cuando llegan las primeras lluvias de la desesperación.
Veo en tus ojos un alma que recibe
torrentes de ideas en grandes manadas,
flujos incontrolables de almas
que gritan al encontrarse
en la circulación de los líquidos,
los síntomas visuales dan dolor
–ya que somos animales empáticos–
lo que me lleva a tomar el bote de la navegación
en la tristeza que se renueva
y se destruye,
para que la naturaleza incontrolable
nos provoque una fascinación infalible,
–ante las capacidades de los asombros del corazón–
que se mezcla con la belleza de la pasión tóxica,
que nos conmueve hasta las ideas de las viejas pesadillas.
El día de la resaca,
dos cuerpos cansados deciden recorrer
el tramo de la destrucción
donde el líquido ha dejado solo sus escombros:
páginas esparcidas en el trillo de la sangre
donde las palabras intentan comunicar algo solo con gestos,
—aquellos días donde se escribió el presente
que queda desdibujado luego del diluvio y la circulación—,
ya que ahora la destrucción ha abandonado,
en el camino, nuestras viejas pasiones
que antes eran patrimonio de nuestras pesadillas...
Las mentes intentan reconstruir los hechos con estos escombros,
cuando se sientan a la mesa de la confrontación de la postguerra...
—confundidos, asustados, anonadados de la destrucción—
y las palabras no logran sacar explicaciones válidas,
para la confusión, para los gestos, para la sangre vertida...