Está asustado de las pesadillas
nocturnas.
Creía en la llama roja que sale
entre la selva, que huele a sangre,
a miles de biblias esparcidas
entre la sangre hedionda.
Son gritos en lenguajes mayas,
son niños sin uñas.
Cabezas rodantes por colinas,
con la última mirada perdida
en los ojos de la espada,
en los ojos del militar.
Son nuestras pesadillas.
Yo soy de San José
pero mis padres caminaron
llorando desde Honduras.
Algunos estamos metidos en montañas
imaginarias.
Montaña arriba, en San Rafa Abajo,
en Guadalupe.
Escondidos en cuerpos de trabajadores.
Escapamos de este mundo ajeno,
intentando formar otro.
En Guatemala, ladinos
explotados de la ciudad
volvían a ver sus manos mayas.
La misma soledad,
la misma esperanza,
las mismas manos.
Un cohete gigante financiado por generales gringos
explotó en los campos.
Se cocinan las montañas con sangre y oro.
Llegan las mineras y la UFC.
Llegaron en galeones españoles,
con su Iglesia, su codicia,
sus listas de muerte, la democracia
y los acuerdos de paz.
Nos dejaron vencidos
orinados en nuestro propio miedo.
Las pesadillas nos salvan de un impás,
nos hacen llorar en cuerpos ajenos.
Me conectan con mis ancestros
revolucionarios.
La revolución Latinoamericana,
huele a café, tortillas, tugurios
racismo, y miles de derrotas.
En estos días hermosos donde
nacen flores negras, poderosas,
entre montañas de plástico,
de mentes podridas
hay gente que no olvida.
Llamarme "centroamericanista"
es adoptar un sectarismo colonizado.
Soy de acá, y hago la revolución acá.
Discuto la revolución mundial, acá y allá.
Vuelvo a caminar mismos caminos
luchando contra la discriminación y
el racismo, mientras hablo
con obreros de maquilas chinas.
Organizo consejos en fábricas.
Organizo la revolución armada
campesina y creo células urbanas.
Hacemos la revolución en la Iglesia,
en la casa y en el Call Center.
Somos los subversivos que se niegan a morir.