"Te cuento algo de mí, como lo pides. Trabajo de 5 a.m. a 3 p.m. Gano seis colones diarios más o menos. Esto es absolutamente libre porque, como te lo he referido, como gratis en la fonda que tiene Virgilio, quién me da además cigarillos, jabón, dentífrico, papel, sobres, etc. Esto lo hace más por Abelardo a quien yo mando mi plata casi íntegra."
Manolo Cuadra
Primero,
las fronteras y el policía náufrago,
y los policías, enemigos de los policías,
y el policía que defendió y persiguió
–a la misma vez– al aventurero de Sandino,
junto al army gringo en la montaña,
y se ganó medio minuto de perdón,
y los gritos secretos de los agentes yankees,
cuando llegan los barcos llenos de carne de cañón,
y los comunicados de Charles C. Eberhardt
que salen como balas desde las oficinas
de la Northern,
y de ahí,
a la yunai,
donde el Secretario de Estado,
en la chismorrea imperial,
del gran capital,
indica a los capataces,
tener cuidado,
con el nica de los libros,
y las pequeñas libretas,
para darle más macanazos,
y menos honor.
En el calor que hace sudar en
las cantinas de la compañía,
en medio de hediondos obreros,
jamaiquinos, nicas,
y los capataces criollos,
que saben inglés,
y se las tiran de quezasos,
envío una foto a Luciano,
donde escribo,
“Si acaso muero, ella dejará gráfica
constancia de que un día, al fin,
tuve que trabajar para vivir.”
Mi amigo Santiago Barahona,
no entiende que soy peón de la palabra,
y mi cuerpo solo quiere estar en sintonía
con los monstruos de mi cabeza,
y el rugir de mi estómago vacío,
que me empuja a los papeles,
y los sobres vacíos,
y los millones de cigarros.
Parrita es lo más parecido al infierno,
donde el poeta se asa a fuego lento,
– en la penitencia de los malos versos –
y espira las últimas imágenes de la
desesperación,
en pedazos de papel
que envío donde mis amigos,
que transcriben junto a un buen café,
y una apacible cama arreglada,
mientras mi hermano se hunde
en la persecución
de los agentes y los hospitales.
Todo por vos, Abelardo Cuadra,
por tus aventuras,
y por Arnulfo Arias,
y por todos los hijos de puta,
en especial el chismoso Eberhardt,
y los ejércitos que escuchan
en todas las fronteras los pasos
de los poetas, los tarzanes,
y los casi-revolucionarios,
que solo saben escribir
malos poemas.
El boxeo fue nuestro escape
a la guerra,
me mandó a la mierda,
cuando la UNITED jaló de este puto país:
los gringos, cuando se asustan,
dejan de comer bananos,
y ahora,
las costas, y los matorrales,
esconden las serpientes que
devorarán las manos
de los sembradores de aceite,
que nunca serán capataces,
y querrán ser siempre jefecillos
de mierda.
Me fui a la capital,
por el sífilis, la guerra,
el boxeo y el hambre,
“queda escrito en los lodazales
de estos bananales inhumanos, y,
en cuanto al porvenir, mi sífiles dirá.”
Los tiquillos Amighetti,
y el tal Max Jiménez,
me abrieron las puertas
de una capital llena
falsos-comunistas-parlamentarios,
“calderocomunistas”,
y locos derechistas prefachista,
que llegaron al poder,
por el crazy de León Cortés,
y yo aquí,
buscando reales,
para mi hermano, las bichas,
y los cigarros baratos.
Estoy harto de las declamaciones
de borracho,
de poemas gritados,
entre balazos, y machetazos,
que nadie escucha,
solo en mi barranco,
escribo en un viejo pedazo
de cartón,
manchado por el oro
de los bananos,
“MANOLO CUADRA
POETA FRACASADO”
Dejen de joder.