I
Cae la tarde de invierno
en callejones que huelen a cocina.
Las seis en punto.
Quemados restos de días con niebla.
Y ya una ráfaga de lluvia enreda
los mugrientos retales
de hojarasca entre tus piernas
y revuelan periódicos en descampados;
las ráfagas golpean
contra rotas persianas y chimeneas
y en la esquina de la calle
retumba el vaho de un coche de caballos.
Y el súbito encendido de las lámparas.
II
Despierta la mañana a la conciencia
de espectrales olores a cerveza rancia
de la calle con serrín hollada
por enlodados pies que atraviesan
hacia cafeterías de madrugada.
Con las restantes mascaradas
que el tiempo reanuda,
uno piensa en las miles de manos
que ya descorren lúgubres cortinas
en infinitos cuartos amueblados.
III
Arrancaste una manta de la cama,
te tumbaste de espaldas y aguardaste.
Dormitabas y viste cómo la noche proyectaba
la secuencia de sórdidas imágenes
de la que está compuesta tu alma
—temblaban contra el cielo raso.
Y cuando regresó el mundo entero
y trepaba la luz por las persianas
y oías los gorriones en los sumideros,
tuviste una visión de la calle
como la calle apenas puede saberlo.
Sentada al borde la cama, donde
te rizabas con rulos de papel el pelo
o te amasabas los pies amarillentos
con las ennegrecidas palmas de las manos.
IV
Se tensa su alma elástica en los cielos
detrás de la manzana esfumados,
o es pisada por pies apresurados
hacia las cuatro, las cinco o las seis en punto.
Y cortos dedos gordos cargan pipas,
y diarios vespertinos, y miradas
convencidas de ciertas certezas,
conciencia de una calle oscurecida
deseando asumir el mundo.
Conmovido por tantas ilusiones
ovilladas en esas imágenes, sostengo
la noción de una cosa infinita y suave,
algo infinitamente sufriendo.
Pásate la mano por la boca y ríe;
los mundos giran como antiguas mujeres
buscando combustible en descampados.
T. S. Eliot, La tierra baldía & Prufrock y otras observaciones, trad. Andreu Jaume (Titivillus, 2015), Digital.