Para Miguelov
La mano sigue el camino de la libertad
y no da cuenta de la
inteligibilidad del movimiento
preconcebido en la violencia
de la naturalidad del acto del lenguaje,
y la belleza que la mente siente al caminar
en el campo sin el espacio,
donde los tuertos salen a gozar del tacto,
mientras camino ante la brisa militar
de la acción que advierte que las ventanas
de las almas que surgen en la pesadas y
malditas ganas de convenir
ante ondulados encuentros amargos,
me hace pensar que todo esto,
toda esta emoción,
es volar en una gigantesca mentira.
En medio del vacío de las ideas,
de civilizados motivos para odiar
lo que nos causa humillación,
quiero abrazar a todos
los simples humanos,
que gastan su felicidad en el anhelo de
la imaginación,
siento el dolor de un cuerpo
tirado a la orilla de la esperanza,
—podrido, vigilado—
por los poetas del capital
que no deparan en soñar la cruda fábula
de una severa y sufrida
nueva esclavitud,
siento los goces simples
de no sucumbir en la misera de su sangre
que se marchita en cada respiro en los
barrios de la desesperanza,
— dónde fumé, tomé y lloré —
en los espacios donde
mi carta se volvió así
—para sentir y amar y escribir estos vestigios—
ahí donde me siento a imaginar
un génesis de los textos,
en el momento en que me enamoré de objetos
asociados a mis hermanas y hermanos,
que se esconden en todas las miradas
de miles de despedidas sin esperanza,
nos hacen pensar en aquellos que sienten cada
brinco en todas las esquinas
de la misera repetición
de supervivencia,
sufriendo mundo,
salarios,
sueños,
desesperanza
y desconsolación.
Valencia 26/6/19