Arreglemos esto de una vez.
Tú sabes bien cómo desde el árbol de oro, cómo
desde tus sueños, desde el mar, desde el aire,
no has venido a este mundo sino a buscar tu muerte.
Para eso te he traído esta rosa.
Esta mano cerrada de fuerza silenciosa
que en tu pequeño oído es el amor que, ciego,
viene a golpear tus puertas.
Ahora, no te muevas. Va naciendo la rosa: sube
lenta hasta tu corazón y allí se queda,
como un nudo de párpados que se abren
para que nazca un ojo que te ama y quiere verte.
Porque sin duda te moriste un día a la carrera,
tan a tientas, tal vez sin esperarlo,
que cogiste otra muerte por llevarte la tuya.
Todos vimos entonces cómo aquella
no te venía bien y la llevabas
como un traje ajeno, como un rostro prestado.
Una muerte que nadie te conoció jamás.
Porque tú eras propietaria de muchas muertes.
Tenías una alegre que la llevabas generalmente
en los anillos, y que parecías nutrirla
con el recuerdo de muchas fiestas.
Otra, era una muerte serena;
a la que acostumbrabas trasladarte
por pequeñas temporadas, y de donde
regresabas un poco inclinada hacia atrás.
Tenías también una muerte oscura, enlutada, como
si a esa tu muerte se le hubiese muerto
a su vez un pariente querido.
Otra era una muerte inmensa,
sin bordes, desproporcionada,
que más bien podía ser la muerte
de una montaña, y que a todos
nos parecía demasiado ancha para ti.
Una infinidad de muertes. Tanto que todos
sabíamos como para ti andar, hablar, reír
tocar el piano... no eran sino distintas
maneras que usabas para suicidarte,
y era un ir probándote muertes como trajes
hasta dar con tu número.
Por eso en esta noche te he traído esta rosa.
Te he traído este sorbo de brisa con abejas,
esta pequeña colonia de perfume,
quiero decir: esta provincia de rocío,
esta isla de tránsito,
este dulce aeropuerto para las mariposas.
Y te la entrego para que te sirva de brújula
y con ella te guíes
y recuperes esa muerte que se te ha muerto.
Tal vez mostrándole la rosa vuelva.
Y tú podrás de nuevo estar a solas
en tu vivienda pura, en tu país
de astros, en tu república de pájaros;
en tu alto y eterno paraíso perdido
donde puedas vivir todas tus muertes.
Escrita entre 1941-42, en San José, Costa Rica
Carlos Martínez Rivas, "Juvenilia" en Como toca un ciego el sueño (Managua: Centro Nicaragüense de Escritores, 2012), 59-60.