Todos salieron y ninguno volvió.
En un asfalto por las hojas ya jalde
no habrás de esperarme.
Yo contigo en el adagio de Vivaldi
volveré a encontrarme.
Otra vez serán las candelas amarillo-parco
de sueños embrujadas,
mas no preguntará cómo entraste el arco
de noche en mi morada.
Pasarán en un mundo gemido de muerte
estas mediashoras,
leerás en la palma de mi mano la suerte,
cosas encantadoras.
Y entonces tu angustia, que fatal
destino se ha tornado,
te alejará sin duda de mi umbral
a un oleaje helado.
Anna Ajmátova, He leído que no mueren las almas (Barcelona: Penguin Random House Grupo Editorial, 2018), 47.