¡Extranjero que pasas! No sabes tú con qué ardor te miro:
debes de ser al que buscaba o a la que buscaba (lo recuerdo
como en sueños).
Seguramente he vivido contigo, no sé dónde, una vida
gozosa.
Todo renace en el instante mismo en que nos cruzamos,
a gusto, enternecidos, castos, maduros;
tú has crecido conmigo, has sido niño o niña junto a mí;
he comido y dormido contigo; tu cuerpo no ha dejado de
ser solo tuyo ni he dejado a mi cuerpo ser solo mío.
Tú me das el placer de tus ojos, de tu rostro, de tu carne,
al cruzarnos, y tomas en cambio el de mi barba, el de
mi pecho y el de mis manos.
No te diré una palabra, mas pensaré en ti cuando me halle
solo o cuando me despierte en la noche.
Esperaré, no dudo que he de encontrarte otra vez;
entonces trataré de no perderte.
Baudelaire, 42 flores del mal (Barcelona: Penguin Random House Group Editorial, 2018), 55.