Él
Dos hombres
con los torsos desnudos
se enseñan los cuchillos.
El salvatrucho quiere matarlo
por ser un dieciocho.
El dieciocho quiere matarlo
por ser un salvatrucho.
Por lo demás,
ambos desayunaron lo mismo.
El más alto no es alto,
ni es ágil el más ágil,
ni morirá el que deba
sino el que pueda.
Les apasiona matar.
Es decir,
la posibilidad de morir.
Los émbolos,
los fuelles del esfínter,
la cosquilla,
el hormigueo:
la pasión de matar.
El éxtasis de morir
a manos de otro.
La corona de espinas.
El aliento de una hiena
que endulza el aire.
Por lo demás
este admira
los tatuajes de aquel.
Esquiva el filo y riposta,
olfatea,
se llena la boca de saliva
y miedo
y contempla.
Admira la forma
en que el artista
rodeó los pezones.
Siente una brevísima
urgencia de cubrirse,
una vergüenza incipiente.
En los pliegues de la axila
la cabellera de una sirena
se extiende
como movida
por una corriente del norte
llena de peces extravagantes
y caracoles.
Avanza por el pectoral derecho,
subiendo hasta la oreja
como una serpiente.
Él entrecierra los ojos
y huele el salitre:
la fragancia de cargueros encallados
donde habitan pulpos
y huellas.
A pesar de su frontalidad,
el rostro de la sirena
no carece de volumen:
los labios enfatizados en rojo,
resaltan sobre la cuarta costilla
entreabiertos con tal delicadeza
que decide buscarlos
con la punta del puñal.
Quiere su secreto.
Imagina la armonía
de un ojal profundo
en el centro de esa boca.
Y recuerda a las prostitutas
del puerto de Acajutla.
El otro aprovecha
su arrobamiento
y le dibuja
una diagonal en el vientre.
No es profunda
pero le permite descubrir
que su verdugo
posee las cualidades
de un calígrafo japonés:
la soltura budista en el trazo
la cadencia en el movimiento
que acaricia el aire.
Cuánto quisiera dejarse matar
por un hombre así.
Entregarle su piel,
dejarla a merced suya.
Sentir que se extingue
con cada nueva línea.
El arte es impunidad.
Imagina barcos en su torso,
goletas, carabelas,
corsarios matándose
y cayendo por la borda.
La admiración es una forma de amor.
También el homicidio
del objeto del deseo.
Adivina que el ímpetu del próximo ataque
dejará al hermoso desbalanceado
por unos instantes.
Conoce la coreografía:
se ha repetido mil veces
en callejuelas como esa.
Las mismas gárgolas de siempre
dan largas chupadas a los filos,
los tiemplan.
Lo penetrará
una mano más abajo
del plexo solar.
Se doblará
con los ojos fuera de las órbitas
no tanto por el dolor
como por la certeza
de su muerte.
Se conocerán
en ese instante.
Sabe que cuando apoye la frente
contra su hombro,
podría besarle la cabeza
empapada de sudor.
Pero cuando llega el momento
decide inclinarse
un poco más
y besarlo en el cuello
apenas antes
de que se desvanezca.
Lo saborea
y siente
el perfume barato
de la sirena
contra la lengua.
Klaus Steinmetz, “Costa Rica”, en De ahí no más, poesia actual de Centroamérica y El Caribe, poesía / Nivel 2.0, ed. Juan Hernández (San José: Editorial Germinal y Ediciones VOX, 2014), 91-3.