Por si acaso no brillara el sol en el día más frio del año,
enciendo una fogata de oficina utilizando el basurero del baño.
La fogata empieza a calentar en esta calle sin salida,
se acercan los compañeros de trabajo,
con sus asquerosas máquinas bajo los brazos,
las manos sucias se asoman al basurero pidiendo ayuda.
El basurero tira un tufillo a gordos burócratas públicos.
El fuego, como que agarra fuerza con esa grasa que torea las llamas.
Entonces, se asoma por la puerta, ese ser, el "project manager".
Nos dispara unas cuantas tareas abstractas, y nos pide cuentas del tiempo.
Lo que siempre se hace en estos casos, es simplemente hablar en lenguas.
[Al mejor estilo de las iglesias pentecostales, paque no suene feo decir "panderetas"]
Entonces, como en una reunión de doctores, todas hablando en idiomas distintos.
Por ahí hay unos conspiradores de profesiones, que violaron sus conocimientos científicos,
por unos cochinos dólares de más, que les da derecho al látigo de la verguenza, se acercan al fuego.
Pero claro está, que nuestros lenguajes evolucionan a unas velocidades impresionantes,
entonces los maes, básicamente nos ven a los ojos y dicen que si, cuando les tiramos estructuras falsas.
Los compañeros cobardes, salen de sus audífonos gigantes, y se incorporan a la tertulia.
Logramos controlar a estos putos infiltrados, cubrimos nuestras burlas con fabulosas ironías.
Y nos vemos disimuladamente a los ojos, y dentro de nuestras cajas tristes, estamos llorando de alegría.
La cosa cambia cuando llega ese hombre, la encarnación del trabajo muerto.
Nos vuelve a ver como lo que somos, mercancías que construyen mercancías detenidos en el tiempo.
Se paraliza la rueda, no circula el capital, su desembolso básicamente empieza a crecer.
Su ganancia empieza a disminuir, entonces, abre la boca y nos exige comportarnos como mercancías.
Los compañeros de trabajo nos conectamos con las miradas,
y en la fiesta de nuestras cabezas, la alegría es pulverizada con un misil Israelí.
En mi caso, llegan a mi mente, un comité de fábrica, la imagen de Pannekoek.
En el caso de mis compañeros, un caminante solitario en un día de neblina,
que escucha a sus compañeros perdidos en la selva tropical, entre gritos difusos.
Se ve cada uno perdido en sus propios sectores de trabajo.
Llega el pastor de cada rebaño, el dirigente sindical, y llama a los suyos.
Entonces, este dirigente, se encarga de fumigar el sentimiento de clase proletaria.
Entonces, seguimos siendo mercancía, seguimos viviendo en el reino de la propiedad privada.
Por el cochino pacto del hombre del trabajo muerto, el capitalista, y el dirigente sindical.