Encuentro de la izquierda revolucionaria

Laverne

A veces el final de luz toca la cama, como siempre,
y ves labios de mujeres pasadas, en mi almohada.
 
Me decís que no quieres esos labios en tu cabeza.
 
Yo rio, y te veo tan liberada de muchas cadenas
que interpreto tu reclamo como un simple chiste.
 
Entonces, escondemos los cuerpos debajo de la tela,
y hablamos sobre las posibilidades
de ver con nuestros propios ojos
el nacer de una nueva humanidad.
 
Me decís que no.
Yo, desearía creer que sí, pero tenés razón.
Me seguiré engañando con la reencarnación estúpida
de los poemas más esperanzadores de la galaxia.
 
No tiene sentido el tiempo
cuando tocas al ser humano del futuro
entre tu cuerpo desnudo y mis labios.
Puede salir la luz y seguiríamos siendo
dos luces hablando palabras críticas
en un cuarto oscuro, pesado,
por mañanas pegajosas,
mientras el reloj detenido en un instante eterno,
se burla de los horarios de la industria,
y avanzamos hasta en nuestros momentos más decadentes.
 
Drogados de esa catarsis de entrelazar
besos y verdades humanas,
entre fantasías provocadas,
por la falta de sueño y el cansancio,
y sustancias que circulan por nuestras venas,
te veo tan bella,
que no se si son las palabras que salen de tu boca o tus ojos claro.
 
Como buen piedrero que soy,
de la miel de tu boca
no hay necesidad de comer átomos,
se consumen las horas del tiempo
de una forma que no hay miedo
para inventar nuevos espacios en donde
se pueda detener el instante para disfrutar
un momento desde la parte de atrás de tu espalda.
Pasan horas, y se juntan los momentos
en donde parte de tu carne te obliga a ser humano.
 
Te lo juro, que si fueras un simple libro
una simple montaña de imágenes en letras crudas,
la canción que siempre te hace despertar la rabia y la mano,
la felicidad de resolver un enigma con libros viejos marxistas,
dormiría frustrado por no tener piel de mujer junto a mi idea.
Pero igual abrazaría la idea como una potencialidad de mujer desnuda.
 
Me siento como si fuera el último guerrillero enamorado de la montaña.
Paso clandestinamente cada frontera volando unas cuantas palabras al aire
y encuentro en la emboscada, una macha malcriada que me invita a disfrutar
una tarde anaranjada llena de frio en las esquinas en donde me siento
en la comodidad de una conspiración conjunta,
entre las formas que se van dibujando en la sociedad,
cuando en la profecía divina de la abundancia y la carencia,
aparecen detrás de las piscinas de billetes de los cerdos,
entre los caseríos, miles de libros, fusiles y bombas,
que se encuentras escondidos bajo las camas,
en las casas de las estrellas más brillantes de nuestra clase.
 
Se adelantan las vacaciones y los días lindos en estas épocas de mierda.
 
Estás tan real, que realmente robas el aire en cada sorbo de tapis.
En tanto en tanto, te veo pronunciar las confesiones religiosas,
decís, que sos comunista, como si fuera tan fácil conseguir
esas palabras, en este espacio centroamericano, en este país.
 
He llamado a mi amigo Luis, un poco alterado,
y le he contado que tengo que construir un Marx gigante
para pintarlo por todas las calles de la ciudad.
 
Como si fuera un imbécil que busca un cochino ramo de flores.
Mi amigo se suma a la gran tarea de gritarte,
porque en realidad mis gritos nos salen de un solo cuerpo.
 
Necesito tu comunismo en cuerpo de mujer.
 
Eres material de una estructura de dominación,
de una caza de brujas milenaria,
escondidas en calles pisoteadas por un gran jefe,
pero no, se ve una cabeza al fondo de un edificio,
tirando señales estratégicas a los cielos,
y en los edificios circundantes,
responde todas las ventanas con un disparo.
Llevas años en los estudios de las cadenas peculiares,
y estas tan despierta compañera,
que amaneces caminando en pensamientos,
que te dejan sola en una esquina,
y mientras esperas el bus,
se te cocina la furia de una forma coherente en tu cabeza.
 
Y ves a todo el Reformismo tan evidente,
haciendo partiduchos electoreros,
defendiendo el programa mínimo-máximo,
como unos cuantos cobardes mencheviques,
que se escudan en sus cochinaditas de domingo,
para garantizarse su espacio privado,
sus momentos de borracheras intelectuales,
mientras en las calles proletarias,
los niños huelen cemento,
y la madre sufre cada día por un café rey,
mientras se amontonan en las esquinas
tristezas fumando piedra,
desempleados hambrientos disecados,
quemándose sus partes humanas con un tubo,
para no sentir hambre, ni días,
dándole sentido al sol precioso de la mañana,
dándole sentido al espacio vacío de este cuarto,
dándole sentido a las repeticiones diarias,
dándole sentido a los cochinos aumentos de salario que no existen.
 
Entonces, yo desde la otra esquina,
te veo cubierta de esa capa protectora.
De esas palabras que se van articulando
en tu superficie, y salen a defenderte,
cuando el argumento te golpea sorpresivamente,
te logro alcanzar con mi mano,
y dejo que tu olor de mujer furiosa,
me logre sentir cómodo,
me logre quitar el hambre de vida.
 
Y en cada reencuentro, se me caen capas de hombre viejo.
Y logro librarme de esta difícil tarea de estar cómodo,
de pretender que tengo una teoría sin praxis revolucionaria.
 
Te vas a tu trabajo, y yo a mi alma perturbada.
Nos quitamos las sabanas,
las almohadas de nuestras cabezas de argumentos,
y salimos al mundo pensando diferente,
dando nuestro aporte al mundo nuevo.