al viejo mesero junto a la estación del tren
Sus patas tocan el fondo del no,
y las cadenas llevan la bestia colgando
de un pedazo de plátano que define su libertad
los anteojos oscuros le hacen ver
como si fuera la vista aristotélica
de una antigua burguesía alcoholizada.
Me siento extraño.
Me siento extraño sin los asaltos y el miedo.
Me siento extraño sin las nubes.
Me siento extraño sin los momentos
de sagaz movidas, regateos,
en la mejenga de la vida.
Ayer vi los ancestros y comprendí
que las camisas del miedo son
tan miserables que disfruto del
alcohol en los rincones del cansancio
de este lugar.
El día es extraño,
y la piel sufre de la sudoración
en esta contradicción.
No estoy acostumbrado a sentirme seguro.
Ayer vi el sufrimiento en un restaurante chino,
fue extraño.
El alma gastada sin bicicletas
escupe su última erudición de pacotilla,
sin los apaños del capital que dibujan
la triste mirada de un anciano
con órdenes de esta compasión
internacionalista,
son emigrantes de un viejo imperio,
y no tienen la necesidad de prostituir
la dignidad ya,
de por sí,
pisoteada.
Yo siento la miseria de una vida malgastada,
veo el dolor de su piel contemplando como
son ajenos los líquidos
de la emancipación,
y no puedo ser ajeno,
no puedo seguir el camino sin brindar
al caminar del recuerdo,
el recuerdo de su vida simple y llana,
el recuerdo de su manera de existir
en esta descomposición.
Valencia, 2019