La balada de la cárcel de Reading (5/6)

Oscar Wilde

No sé si las leyes son justas
    o son injustas.
Quien yace en una cárcel únicamente sabe
    que sus muros son inexorables
y cada día es como un año,
    un año de días largos.
 
Pero estoy seguro de que toda ley
    que los hombres han hecho para el hombre,
desde que el primero arrebató la vida de su hermano
    y el mundo de la tristeza empezó,
no hace sino aventar el grano y retener la paja
    con un perverso cedazo.
 
Y también sé –y ojalá
    todos lo supieran–
que cada prisión que el hombre construye
    con ladrillos de vergüenza se construye
y rodeada de barrotes, no sea que Cristo vea
    cómo los hombres a sus hermanos maltratan.
 
Con barrotes empañan la gracia de la luna
    y ciegan al sol benefactor:
hacen bien en ocultar su infierno
    porque en él se hacen cosas
que ni el hijo de Dios ni el hijo del hombre
    jamás deberían ver.
 
                           ** * **
 
Las hazañas más viles como hierbas venenosas
    florecen bien en el aire de la prisión;
solo lo mejor del hombre
    se marchita y agosta allí;
la pálida angustia guarda la pesada puerta
    y el carcelero es la desesperación.
 
Porque matan de hambre al niño asustado
    hasta que de día y de noche no para de llorar;
y hostigan al débil y azotan al loco
    y se mofan del viejo canoso
y unos enloquecen y todos se envilecen
    y nadie ni palabra puede decir.
 
Casa estrecha celda en la que habitamos
    es una inmunda y oscura letrina
y el fétido aliento de la muerte viva
    obstruye casa enrejada mirilla,
y todo, salvo la lujuria, se torna polvo
    en esta trituradora de humanidad.
 
El agua salobre que bebemos
    corre con fango repulsivo;
el amargo pan que pesan en balanzas
    está lleno de cal y greda,
y el sueño no se duerme sino que camina
    con mirada frenética clamando al tiempo.
 
                           ** * **
 
Pero aunque el hambre escuálida y la pálida sed
    como áspid y víbora luchen,
a nosotros no nos preocupa el rancho de la cárcel
    pues lo que hiela y por completo mata
es la piedra que de día uno levanta
    y de noche se convierte en el propio corazón.
 
Siempre con la medianoche dentro del corazón
    el crepúsculo en la propia celda,
hacemos girar la manivela o rasgamos la cuerda,
    cada uno en su infierno particular,
y el silencio es mucho más temible
    que el sonido de una campana de bronce.
 
Jamás una voz humana se acerca
    para decir una palabra amable;
la mirada a través de la puerta
    es dura e implacable;
olvidados de todos, nos pudrimos y pudrimos
    heridos en cuerpo y alma.
 
Y así enmohecerse la férrea cadena de la vida,
    degradados y solos:
unos hombres juran y otros hombres lloran;
    algunos no lanzan ni una queja,
pero las leyes eternas de Dios son clementes
    y rompen el corazón de piedra.
 
Y cada corazón humano que se rompe
    en la celda o el patio de la prisión
es como la caja rota que entregó
    sus tesoros al Señor
y llenó la sucia casa del leproso
    con el olor del nardo más valioso.
 
¡Ah! ¡Felices aquellos cuyo corazón puede romperse
    y lograr la paz del perdón!
Si no, ¿cómo puede el hombre llevar a cabo su plan
    y limpiar su alma de pecado?
Si no es a través de un corazón roto
    ¿cómo puede nuestro Señor Jesucristo entrar?
 
                           ** * **
 
Y él, el de la amoratada garganta hinchada
    y la severa mirada fija
espera las manos santas que llevaron
    al ladrón al Paraíso;
pues un corazón roto y contrito
    no despreciará el Señor.
 
El hombre de rojo que lee la Ley
    le dio tres semanas de vida,
tres breves semanas en las que curar
    su alma de la lucha de su alma
y limpiar toda mancha de sangre
    de la mano que sostuvo el cuchillo.
 
Y con lágrimas de sangre limpió su mano,
    la mano que sostuvo el acero,
pues solo la sangre puede limpiar la sangre
    y solo las lágrimas pueden curar;
y la mancha escarlata de Caín
    se convirtió en el níveo sello de Cristo.
 
 
 
Oscar Wilde, La balada de la cárcel de Reading (Barcelona: Penguin Random House Grupo Editorial, 2017), 59-65.