En la cárcel de Reading, cerca de la ciudad,
hay una fosa de oprobio
y en ella yace un desgraciado
devorado por dientes de fuego;
yace envuelto en un sudario abrasador
en una tumba sin nombre.
Y allí, hasta que Cristo llame a los muertos,
en silencio dejadle reposar,
sin malgastar lágrimas insentatas
ni lanzar aparotosos suspiros:
el hombre había matado lo que amaba
y por eso debía morir.
Y todo hombre mata lo que ama.
¡Sépanlo todos!
Unos, con una mirada cruel;
otros, con palabras zalameras;
el cobarde, con un beso,
el valiente, con una espada.
Oscar Wilde, La balada de la cárcel de Reading (Barcelona: Penguin Random House Grupo Editorial, 2017), 67-9.