La hora de los espejos

Ave Asán

Sobre su voz flotaban, sino todas las cosas
Las más irrelevantes 
Las más inadmisibles.
Una atmósfera dotada de fines claros
Con a veces antecedentes que divergían entre mar y predicado.
La ausencia de cirios sobre su imantada cabeza
Daba la sensación de orugas desiertas.
Sintió en los nudos
la textura del filo, 
que sobre la cimiente hora, 
poseía la tendencia de declinar espejos.
 
Se postergó sobre la repisa,
retomando, quizá, 
los pocos vestigios de sombras que aún colgaban sobre los verdes.
 
 
Se decía que de esa forma
                                             en los vidrios
 era posible divagar. 
 
De esa forna, cierto gusto se adquiere, 
                                          acaso.