Lágrimas de una lira que quería salir a jugar
se topan la embestida de un asombro
que bloquea la natural forma de chorrear
el alma en los momentos rocosos.
Entonces se decidió a sufrir la pena del abrazo
que buscaba limpiar la pureza del acto de llorar
para poder ver el rastro de la bomba que no explota
pero que logra descifrar la incógnita humana
de la felicidad a través una tristeza ajena.
Las miradas serias, primas de las lágrimas,
se saludaron con un gesto que afirma la gloria,
pero sin saber caminar hacia el sonido
de la solidaridad que podría ser el café
que tanto necesitamos en los momentos
en que se mojan los caminos de la rebelión.
Entonces, salió el amigo de la humedad,
nuestro sol de resurrección,
que nos da los tiempos del adiós,
el que nos pone a soñar en el trancurso,
que nos invita a pensar que estas lágrimas
podría solo ser cobijas de nuestros anhelos,
pedazos de esperanzas dibujadas
en caras que sufren la desesperación
que intentan consumar los caminos
de la necesaria partida entre momentos
serios de lluvias de anhelos,
pedazos de espacios que se gastan
en la rutina de la vida inacabada
cuando no querés llorar en labios
entre cuerpos acabados que buscan
volver a la misma conformidad
de un mañana laboral.