Los salmos fosforitos (XLVIII)

Berta García Faet

XLVIII.
 
Érase una vez una muchacha revolucionaria
que pidió la vez. Masticó erizos +
70.000 soles
70.000 trenes. No vomitó;
                        bueno sí vomitó
desde entonces cojea
cual un monísimo monedero agujereado. Qué bonito!
69.000 garrotazos
en pleno pulmón
y/o papila gustativa!
He aquí que al finalizar su papel maché sus llamaradas
–he aquí que al quedarse aquí al querer quedarse
(como yo)
               hic y allí
sin batería en su celular–se inmoló.
 
A ver, me explico, se inmoló
como manera alegórica de compensar sus orígenes
económicos privilegiados; masticó despacito
un erizo de mar.
Bien redondo!
                     Bien calentito! Bien palpitante!
                     (Acabo de topar
una L de menos)
 
Ella, siendo Berta García Faet
(estoy exagerando; ya qué importa, qué
importa!; los poemas no sirven para nada
así que voy a terminar de escribir
este poema este libro de poemas antes
de tener que asumir las consecuencias los poemas los libros
de poemas no sirven para nada
bueno, qué será de mí?), vibró cual un piano
demasiado enfermo. Se inmoló
y forcejeó cual una muchacha demasiado
privilegiada y gritó bastante a grito pelado bastante por
los pelos agrietados y masticó
todo.
 
A ver, me explico:
todo.
       El erizo del mar
era feliz sin saberlo;
sin saberlo un poquito de daño sí
que le hacía...
Parvulita insurgente, cabellos y/o pelos, cuán bien
haces el ridículo, cuán bien
deshaces la cama, cuán bien
haces mi faz,
                    wow!
Te hiciste pis.
Eso sí sé.
 
Mi consejo? Di «Mi consejo?» con seguridad.
Pasado mañana
será otro día.
 
Berta García Faet, Los salmos fosforitos (Madrid: La Bella Varsovia, 2017): 113-4.