No basta abrir la ventana
para ver los campos y el río.
No es bastante no ser ciego
para ver los árboles y flores.
También es necesario no tener filosofía.
Con filosofía no hay árboles: hay sólo ideas.
Hay sólo cada uno de nosotros, como un sótano.
Hay sólo una ventana cerrada, y todo el mundo afuera;
y un sueño de lo que se podría ver si la ventana se abriera,
que nunca es lo que se ve cuando se abre la ventana.
Hablas de civilización y de no deber ser,
o de no deber ser así.
Dices que todos sufren o la mayor parte,
con las cosas humanas puestas de esta forma;
dices que si fueran diferentes sufrirían menos.
Dices que si fuera como tú quieres sería mejor.
Escucho sin oírte.
¿Para qué querría oírte?
Oyéndote, terminaría sin saber nada.
Si las cosas fueran diferentes, serían diferentes: eso es todo.
Si las cosas fueran como tú quieres, serían sólo como tú quieres.
¡Ay de ti y de todos que pasan la vida
queriendo inventar la máquina de hacer felicidad!
Entre lo que veo de un campo y lo que veo de otro campo
pasa un momento una figura de hombre.
Sus pasos van con «él» en la misma realidad,
pero yo reparo en él y en ellos, y son dos cosas:
El «hombre» va andando con sus ideas, falso y extranjero,
y los pasos van con el sistema antiguo que hace andar las piernas.
Lo miro de lejos sin opinión ninguna.
Qué perfecto que es en él lo que él es: su cuerpo,
su verdadera realidad que no tiene deseos ni esperanzas
sino músculos y la forma cierta e impersonal de usarlos.
Niño desconocido y sucio jugando en mi puerta,
no te pregunto si me traes un recado de los símbolos.
Me haces gracia por nunca haberte visto antes
y, naturalmente, si pudieras estar limpio serías otro niño,
y no vendrías aquí.
¡Juega en el polvo, juega!
Aprecio tu presencia sólo con los ojos.
Vale más la pena ver una cosa siempre por primera vez que conocerla,
porque conocer es como no haber visto nunca por primera vez,
y no haber visto nunca por primera vez es sólo haber oído contar.
El modo en que este niño está sucio es diferente del modo en que otros están sucios.
¡Juega! Al coger una piedra que te cabe en la mano
sabes que te cabe en la mano.
¿Qué filosofía es la que llega a mayor certeza?
Ninguna, y ninguna puede venir a jugar nunca a mi puerta.
(...)
Fernando Pessoa, "Poemas inconjuntos" en Poemas de Alberto Caeiro (Madrid: Visor Libros, 1984): 123, 125, 127.