A los obreros de México
I
He aquí mi poema
brutal
y multánime
a la nueva ciudad.
Oh ciudad toda tensa
de cables y de esfuerzos,
sonora toda
de motores y de alas.
Explosión simultánea
de las nuevas teorías,
un poco más allá
En el plano espacial
de Whitman y de Turner
y un poco más acá
de Maples Arce.
Los pulmones de Rusia
soplan hacia nosotros
el viento de la revolución social.
Los asalta braguetas literarios
nada comprenderán
de esta nueva belleza
sudorosa del siglo,
y las lunas
maduras
que cayeron,
son esta podredumbre
que nos llega
de las atarjeas intelectuales.
He aquí mi poema:
Oh ciudad fuerte
y múltiple,
hecha toda de hierro y de acero.
Los muelles. Las dársenas.
Las grúas.
Y la fiebre sexual
de las fábricas.
Vrbe:
Escoltas de tranvías
que recorren las calles subversistas.
Los escaparates asaltan las aceras,
y el sol, saquea las avenidas.
Al margen de los días
tarifados de postes telefónicos
desfilan paisajes momentáneos
por sistemas de tubos ascensores.
Súbitamente,
oh el fogonazo
verde de sus ojos.
Bajo las persianas ingenuas de la hora
pasan los batallones rojos.
El romanticismo caníbal de la música yanke
ha ido haciendo sus nidos en los mástiles.
Oh ciudad internacional,
¿hacia qué remoto meridiano
cortó aquel trasatlántico?
Yo siento que se aleja todo.
Los crepúsculos ajados
flotan entre la mampostería del panorama.
Trenes espectrales que van
hacia allá
lejos, jadeantes de civilizaciones.
La multitud desencajada
chapotea musicalmente en las calles.
Y ahora, los burgueses ladrones, se echarán a temblar
por los caudales
que robaron al pueblo,
pero alguien ocultó bajo sus sueños
el pentagrama espiritual del explosivo.
He aquí mi poema:
Gallardetes de hurras al viento,
cabelleras incendiadas
y mañanas cautivas en los ojos.
Oh ciudad
musical
hecha toda de ritmos mecánicos.
Mañana, quizás,
sólo la lumbre viva de mis versos
alumbrará los horizontes humillados.
II
Esta nueva profundidad del panorama
es una proyección hacia los espejismos interiores
La muchedumbre sonora
hoy rebasa las plazas comunales
y los hurras triunfales
del obregonísmo
reverberan al sol de las fachadas.
Oh muchacha romántica
flamarazo de oro.
Tal vez entre mis manos
sólo quedaron los momentos vivos.
Los paisajes vestidos de amarillo
se durmieron detrás de los cristales,
y la ciudad, arrebatada,
se ha quedado temblando en los cordajes.
Los aplausos son aquella muralla.
—Dios mío!
—No temas, es la ola romántica de las multitudes.
Después, sobre los desbordes del silencio,
la noche tarahumara irá creciendo.
Apaga tus vidrieras.
Entre la maquinaria del insomnio
la lujuria, son millones de ojos
que se untan en la carne.
Un pájaro de acero
ha emprorado su norte hacia una estrella.
El puerto:
lejanías incendiadas,
el humo de las fábricas.
Sobre los tendederos de la música
se asolea su recuerdo.
Un adiós trasatlántico saltó desde la borda.
Los motores cantan
sobre el panorama muerto.
III
La tarde, acribillada de ventanas
flota sobre los hilos del teléfono,
y entre los travesaños
inversos de la hora
se cuelgan los adioses de las máquinas.
Su juventud maravillosa
estalló una mañana
entre mis dedos,
y en el agua, vacía,
de los espejos,
naufragaron los rostros olvidados.
Oh la pobre ciudad sindicalista
andamiada
de hurras y de gritos.
Los obreros,
son rojos
y amarillos.
Hay un florecimiento de pistolas
después del trampolín de los discursos,
y mientras los pulmones
del viento,
se supuran,
perdida en los obscuros pasillos de la música
alguna novia blanca
se deshoja.
IV
Entre los matorrales del silencio
la obscuridad lame la sangre del crepúsculo.
Las estrellas caídas,
son pájaros muertos
en el agua sin sueño
del espejo.
Y las artillerías
sonoras del atlántico
se apagaron,
al fin,
en la distancia.
Sobre la arboladura del otoño,
sopla un viento nocturno:
es el viento de Rusia,
de las grandes tragedias,
y el jardín,
amarillo.
se va a pique en la sombra,
Súbito, su recuerdo,
chisporrotea en los interiores apagados.
Sus palabras de oro
criban en mi memoria.
Los ríos de blusas azules
desbordan las esclusas de las fábricas,
y los árboles agitadores
manotean sus discursos en la acera.
Los huelguistas se arrojan
pedradas y denuestos,
y la vida, es una tumultuosa
conversión hacia la izquierda.
Al margen de la almohada,
la noche, es un despeñadero;
y el insomnio,
se ha quedado escarbando en mi cerebro.
¿De quién son esas voces
que sobre nadan en la sombra?
Y estos trenes que aúllan
hacia los horizontes devastados
Los soldados.
dormirán esta noche en el infierno
Dios mío,
y de todo este desastre
sólo unos cuantos pedazos
blancos,
de su recuerdo,
se me han quedado entre las manos.
V
Las hordas salvajes de la noche
se echaron sobre la ciudad amedrentada.
La bahía
florecida,
de mástiles y lunas,
se derrama
sobre la partitura
ingenua de sus manos,
y el grito, lejano
de un vapor,
hacia los mares nórdicos:
Adiós
al continente naufragado.
Entre los hilos de su nombre
se quedaron las plumas de los pájaros.
Pobre Celia María Dolores;
el panorama esta dentro de nosotros.
Bajo los hachazos del silencio
las arquitecturas de hierro se devastan.
Hay oleadas de sangre y nubarrones de odio.
Desolación.
Los discursos marihuanos
de los diputados
salpicaron de mierda su recuerdo,
pero,
sobre las multitudes de mi alma
se ha despeñado su ternura.
Ocotlán
allá lejos.
Voces
Los impactos picotean sobre
las trincheras.
La lujuria, apedreó toda la noche,
los balcones a obscuras de una virginidad.
La metralla
hace saltar pedazos del silencio.
Las calles
sonoras y desiertas,
son ríos de sombra
que van a dar al mar,
y el cielo, deshilachado,
es la nueva
bandera,
que flamea,
sobre la ciudad.
Manuel Maples Arce, Super-poema bolchevique en 5 cantos (México D.F.: Editorial Andrés Botas e Hijo, SUCR, 1924).