Mi madre cosía
De noche y de día
Para enviarme al colegio de Sión
El de la máxima reputación
Donde se habla francés y se reza
Y se aprenden costumbres de princesa
¿Y la playa? ¿Y la Luna?
¿Mi abuela regañando
Mis tías corriendo del trabajo a la casa
Y mi primo Gustavo con sus chistes
Y Mercedes dándome café con leche
Las visitas los jueves al mercado
Las naranjas fragantes
Los rabanitos rojos
Y mi perico
Y pasear en un bote los domingos?
Mi madre cosía de noche y de día.
Todo quedó sepultado
En aquellas medias negras
En aquel cuello tieso
En los zapatos de cordones
En los muros de cemento y betún
Del austero colegio de Sión.
A escribir, a contar, a aprender a rezar.
Si todo fuera como el francés
O las matemáticas
Pero había que rezar
Rezar de mañana, de tarde rezar
Antes de almorzar había que rezar
Después de estudiar había que rezar
Y rezar y rezar y rezar y rezar.
No pude más.
Mi madre cosía de noche y de día
Pero yo me senté a escribir un cuento
Que sucedía en la playa.
El se llamaba Juan, ella Adelina
Tras mucho complicarse la vida con razones
Que traían y llevaban los amigos
Se encontraban por fin un día en la playa
Y sin más
Se agarraban a besos bajo la luna
Que pálida y amiga los cobijaba
Junto al tronco de un árbol triste y añoso
Que se hallaba en el sitio maravilloso.
El éxito fue loco.
Las internas
Se pasaban las páginas bajo el pupitre
¿Quién tiene la dos?
Terminé la cuatro.
Todo esto sucedía
En la clase de zoología
Mientras la niña Lucía
Nos explicaba qué era el tigre.
Rosa, la primera de la clase
La que se sentaba en la primera banca
La que tenía más condecoraciones
Más cintas y medallas y medallones
Y que era casualmente la sobrina
De Mére Marí Pepa,
Una nativa
Flaca como un silbido,
Con nariz de paraguas,
Que conquistó ayunando sin pereza
Porque le perdonaran no ser francesa,
Pero que era, ay de mí, la maestra jefe
Del aula de loritos aprincesados
Donde yo era uno más, de los más callados.
Pues esta Rosa santa, buena y en babia
Leía la página final,
Cuando la niña Lucía
Que estaba acostumbrada
A que la dicha Rosa no le perdiera
Ni coma de los labios
Se le acercó extrañada de la desatención
y le encontró en las manos
Todos los besos que bajo la encina
Se daban arrebatados Juan y Adelina.
Se me quitó la cruz que me colgaba al pecho.
También el cinturón con los colores del colegio.
Se me sentó en el fondo del aula
Con prohibición de que nadie me hablara
Se me amenazó con expulsarme
Y excomulgarme y exorcizarme
Operación esta que aún espero
Pues aún me andan esos diablos
Dentro del cuerpo.
Y mi madre cosía
De noche y de día
Por enviarme al colegio de Sión
El de máxima reputación
Donde se habla francés y se reza
y se aprenden modales de princesa.
Virginia Grütter, Poesía de este mundo (San José: Editorial Costa Rica, 1999), 45-7.