Long Play/Boleros

Ernesto Mejía Sánchez

I
 
PESTE, gangrena de la voluntad, bestezuela,
alcohol que no enloquece sino que alucina,
pezón de cinamomo en los dientes del pródigo
(te quiero, te he querido, querida, muy querida).
Eres la que devora el sexo a los maricas, Lilith,
la que derrama bilis caliente e ira en la entraña
del hombre y la mujer, perdón del infeliz y mirada
de vidrio y moreno joyel para la noche del capricho,
fuego verde en el jardín de los tigrillos, pusiste
la pezuña en las violetas, diste a sorber el vino
azul que mata en los labios de la madrugada.
 
Fuera del corazón, golosina y veneno, veneno
corrompido pero dulce y querido en el lecho
del náufrago, gozo y castigo y purgatorio
(te quiero, te he querido, querida, muy querida).
 
II
 
TU ROSTRO se borra como el de la moneda en las yemas
     del avaro,
date prisa, y no finjas. No te conozco, pero sé lo que seas.
Sin pudor, que no hay tiempo. Que no hay tiempo fuera
     del Tiempo.
Lo que más me jode es el bien pasajero desaprovechado.
La mirada azul oro inofensiva como de puta.
La patita blanca sin máscula, sin salud, pero blanca.
Sube, perrilla fina, hasta el lecho del moribundo.
 
III
 
SEGURO amor se jura el pasajero en la noche.
Toda separación, duro pensamiento soez.
Pero, ¿quién discute el final? Si la agresiva
timidez y el terror pueden más que el yo
y las promesas, ¿como parar el brusco minuto?
¿Quién se negó un trozo de mezquina
belleza? Goza con tu goce, amiga, y olvídame.
No jures mi nombre en vano. No sabes que ya
todo está dicho. Nadie te creerá, ni yo mismo.
Han retirado la pasarela. Vuelvo a mis aguas
turbias. La mariposa revuelve el cieno
con indolente ofuscación. No me busques
Estoy en todas partes, doncella que mi vista
ha favorecido. Tendré una torpeza divina,
un vicio o calumnia que justifique mi decoro.
Pero no quiero justificación, sólo castigo
y denuncia, pues no hay desorden que me sea
envidiable. Empalidecer a fuerza de sonrojos.
Sé que estoy pagando justo por pecador,
justamente por pecador, ¿pero quién es el justo?
 
IV
 
Y LA MUJER pagada y pagada de sí,
con unas de oro y cabello dorado
y el sexo pequeño de lavarlo al momento
y se cree diosa del día y no hace más
que robarme los hijos de la fertilidad
y ganarme el despego, el odio,
el desamor y el dinero, por lo que yo
ofrecí que era pobre pero limpio,
porque sobre la nada de la mujer no hay
nada escrito que diga nada sobre su nada.
 
V
 
AZORADO gotón de miel en el nido de flechas,
a la sombra querida de enconada ternura.
En esta selva malva de betún y de vello
cruzan rápidos buitres, pasan peces de azogue
en el oro del fondo compasivo y moreno.
Pones tu corazón en los anzuelos (voy de lejos)
y los dardos que la bestia herida sacude
vuelven a ti por las aguas salobres de la mirada.
 
VI
 
DESPUÉS del frenesí y de la ofensa, anchos,
húmedos besos bajo el pelo de cobre,
sorbidos entre el vellocino de la nuca,
sólo escuchados por la orquídea de la oreja
o por el ópalo pendiente. No quiero decir
por hombre las cosas que ella decía mientras
tanto, con la desvergonzada naturalidad de quien
recibe una injuria y la devuelve quizá con creces
para corresponder nuestros halagos. Falacias
como éstas: ¡Te encontré tarde en mi camino!
Mentira, cuando fue en el mero momento.
O: No me quieres tanto como yo. Lo que tampoco
    es cierto.
 
VII
 
LAS HIJAS del amor somos nosotras,
más que nuestros hijos. Te quise,
alma vulgar, para deleite y condenación.
Sólo sabía decir estos reproches: Cómo
me engañaste, ignorando que el único
engañado fue el amor o algo parecido.
 
VIII
 
¡CÓMO CUIDAS, criatura, mi cabeza! Entre
las piernas de oro macizo y el regazo de Venus,
entre el ombligo solar y los frutos de Hespérides,
hallas lugar preciso para la frente desvivida.
¡El cuerpo/el alma, qué invención! Con sólo
entornar la puerta, la mano ceñida, quemada
ya por los besos imaginados, estalla la brizna
ardiendo del soplo de los dioses. No he querido
forma o música, diapasón de la cintura al corazón
herido por el deseo marino, osar la flama azul
del fulgor en vela de tu sombra, cuando, he aquí,
que llegas con el clavel entreabierto, trémula
y jadeante, al hall del hotel, hacia la jaula
vertiginosa y ascendente que conduce al paraíso.
No es hora de dormir, sino de soñar... Avive
el sexo y despierte/contemplando... Ya no eres
ni tú ni yo, ni siquiera nosotros. El Universo
gira con una estrella nova, niña, en la cabeza.
 
Ernesto Mejía Sánchez, Recolección a mediodía (Managua: Editorial Nueva Nicaragua, 1985): 180-183.