En las montañas más altas de Quilalí de Las Segovias,
y en las zonas mortales de estas tierra heroicas,
entre diecisiete compañeros estrechamente unidos
por la
aventura
yo, Manolo Cuadra, raso número 3495,
iba
solo.
Hablan los compañeros de las coplas canallas
surgidas en la hora como una flor de alivio:
cantinas, copas rotas, meretrices...
(Pero no me tienta la mochila,
menos la inútil precisión de mi rifle).
Yo voy como un tornillo fuera de mecanismo
diciendo a sotto voce *mis estupendas misas:
la tragedia de esta raza aborigen,
su pasado lleno de plumas y caciques,
el futuro elevado de su destino insigne.
Hoy por hoy voy de caza contra el indio furtivo
–extranjero en sus propias selvas americanas–
el que sembró cereales de esperanza
y cosechó vientos de pasión ciudadana;
el que enterró la esteva
en el abono de su campiña rica,
y vio truncarse el tallo de oro de su espiga
cuando dijo su augurio la boca de la Esfinge.
¿Y mañana?
Soplarán de los puntos cardinales
vahos vigorizantes de enviones proletarios:
algo que no sospechan las democracias:
espíritu de Rusia, cultura americana,
pues, en la misma gleba donde la bota hercúlea
tornó la arcilla estéril,
han de surgir, violentos, los estandartes nuevos.
Otra vez:
Cantinas, copas rotas, meretrices.
(Pero no me tienta la mochila,
menos la inútil precisión de mi rifle).
En las montañas más altas de Quilalí de Las Segovias
y en las zonas mortales de estas tierras heroicas
entre diecisiete compañeros estrechamente
unidos por la aventura,
yo, Manolo Cuadra, indio, hijo de indios,
de pies electrizados por un amor de gleba
y ojos en los que asoma el orto de un sol nuevo,
repito que iba
solo.
*(Patrullas de la montaña, guerra de Las Segovias, 1933)
Manolo Cuadra, "Manolo Cuadra (1907-1957)" en Antología: La poesía del siglo XX en Nicaragua (Madrid: Visor de Libros, 2010), 174-6.